La anciana lloraba en las cabinas de la piscina. Se acababa de vestir con mucho esfuerzo y estaba sentada en la banqueta corrida. El llanto se disimulaba un poco con el pelo y el rostro aún húmedo, y con los párpados enrojecidos por el efecto de las gafas de natación y la respiración agitada. Era ésa que nadaba siempre sola, ésa a la que algunos llaman en el club, con recochineo, La Sirenita.
Mi madre se acercó.
-¿Qué le pasa, ha perdido a alguien?
Mi madre pensaba en alguna muerte cercana.
-No, no…, que ya no voy a poder venir más. Que ya no puedo…
La anciana veía su fin como nadadora, por mucho que se esforzara.
-Pero, ¿cómo no va a poder…? ¿Ha estado enferma? Seguro que por eso ahora nadar le cuesta un poco más.
-No, no, hace un mes que sufro mucho. Que lucho sin conseguir nada. Y me digo: a ver si mañana… Pero no hay mañana. Ya no puedo nadar como antes, me duele todo el cuerpo, me cuesta muchísimo esfuerzo y no puedo nadar como antes.
(Antes: dos meses).
-Ánimo, mujer, verá como poco a poco...
-No, poco a poco no –dijo la anciana con dulzura y una especie de serena clarividencia-. Es como una escalera de bajada. Cuando se bajan algunos peldaños, no se vuelven a subir.
-Pero usted no tiene que obligarse por eso, tiene que pensar en que nadar le hace feliz, que disfruta, y que además le permite demostrar que está por encima de tanto... Fíjese qué bien: puede venir a nadar con... ¿Cuántos años tiene?
-85.
Mi madre se sentó a su lado y la abrazó espontáneamente. La anciana se calmó un poco. Dicen que quienes se esfuerzan a menudo segregan endorfinas o no sé qué. El caso es que se acostumbran al deporte, el esfuerzo físico forma parte de ellos, y un bajón les perjudica mucho. Obsesiones de los veinte, de los treinta, de los cuarenta… Es difícil para un deportista reconocer que ha bajado un escalón en su estado de forma, porque sabe muy bien cuál era ese estado de forma, porque tiene muy claro cuánto le costó alcanzar ese nivel; y si sabe que nunca lo podrá recuperar…, ¡qué pérdida!
La anciana lloraba por la tristeza de una pérdida que su voluntad ya no podía enfrentar. Y, con una inusitada dignidad y cariño, susurraba a mi madre al oído:
-Gracias, gracias.
A la memoria de Antonio Pereira (1923-2009), un cuentista que murió el sábado. No tuve la oportunidad de conocerlo en persona, pero lo conocí en cuentos.
Gracias.
3 comentarios:
Impresionante.
Gracias por mostrárnoslo.
Abrazo
Preciosa, tu historia.
Se agradece el descubrimiento aun en estas circunstancias.
Ufa...
Publicar un comentario