jueves, mayo 06, 2010

Los tres mosqueteros (vascos)

J.M.A. está internado en el Hospital Donostia, y para allí van de visita el miércoles 5 de mayo los tres mosqueteros, tres solterones que pasaron la barrera de los setenta años. Ellos son como Athos, Porthos y Aramis, pero en versión Goierri. Para la ocasión, visten la camisa de domingo, el clásico jersey fino de lana de cuello pico, pantalón gris, zapatos y boina. (Paraguas y gabán ya en la mano). Avanzan por los pasillos del hospital algo confundidos, les cuesta subir al ascensor y se dirigen con cierto despiste hacia la habitación 2..., descontando uno por uno los números de las puertas antes de tocar en la de su amigo.
J.M.A. es el D'Artagnan del grupo, porque es de sobra conocido que D'Artagnan era un poco más joven, y que tarde o temprano acabaría casándose. J.M.A. espera con su señora, sabe que hoy vienen de visita los amigos y estrena la bata que le ha comprado su mujer (por supuestísimo), azul marino, oso dotore.
Los muchachos entran renqueando en la habitación, discretos, hasta vergonzosos. Son como niños grandes, muy grandes. Y cuando arrancan a hablar no largan viejas batallas de capa y espada. Sale en la conversación la ziza de primavera y la crecida de los arroyos después de cinco días de lluvia. Ellos, los mosqueteros, han llegado con un presente para su D'Artagnan: una bolsa de fruta.
Porque, claro, ellos hubieran llevado una botella de buen vino (la bebida isotónica de su quinta) y alguna vianda, como chorizo o queso, para picar. ¿Pero qué se lleva a un enfermo en un hospital?
Y verlos a los cuatro insufla una alegría renovada en la épica aventurera, en que los viejos espadachines nunca mueren, en la fidelidad de los amigos de siempre.
Yo pensé: Arturo Pérez-Reverte aquí compone dos novelas.

4 comentarios:

Sergio dijo...

Las cosas, como deben ser.

Anónimo dijo...

Los compañeros de trabajo yendo a visitar a mi padre. Era enana pero lo tengo clavado. Y recuerdo también que mi madre se ponía a leer una revista o a mirar por la ventana, pero nunca intervenía ni se marchaba (como mucho, decía algo en el pasillo, al acompañarlos a la puerta. Tres palabras).
Qué gran escena rescatada, gracias.
Bea

Ander dijo...

Qué bueno.

pelopatrás dijo...

¡Ay! La épica...