viernes, octubre 26, 2007

Fidelidad

Maniobras de distracción en Belchite (Septiembre 1937). Biblioteca El Mundo, 2005.

Ander me ha prestado este libro para que yo se lo preste a Javier… Y claro, entre tanto, lo leo. Tengo que escribir este fragmento de las páginas 37 y 38.

“Uno de aquellos combatientes republicanos, miembro de las Brigadas Internacionales, es Hans Bloch, comunista alemán, que explica unos recuerdos estremecedores de su experiencia en Belchite.
Sobre todo evoca un ataque acontecido, cree que el 3 de agosto, efectuado tras la conveniente preparación artillera, contra las barricadas nacionales. Lo realizaron a base de bombas de mano y con bayoneta calada, pensando que sería una tarea sencilla. Recuerda que sobre el parapeto que tenía que asaltar estaba una un oficial nacional, alto, delgado, con un sable en la mano, que arengaba a sus hombres. Explica que le pareció una escena surrealista, propia de siglos pasados, pues le recordaba las novelas de aventuras de caballeros de la Edad Media, en la que aquel joven oficial, con bigote, en lo alto de la barricada, blandía su arma llamando a no desfallecer en la lucha. Hans recuerda que al principio fueron rechazados tras un duro combate cuerpo a cuerpo y tuvieron que retirarse a unos metros, tras unos escombros.
Allí queda cuerpo a tierra desde donde disparaba su fusil y veía cómo, milagrosamente, el fuego respetaba a aquel suicida que, en una ocasión, llega a hundir su sable en la cabeza de un republicano que se acercó demasiado. Al cabo de una hora vuelven al ataque entre gritos y explosiones, envueltos en una nube de polvo que no les deja ver nada. Ve que a su lado caen muchos de sus compañeros, pero la cortina de tierra que se levanta impide prácticamente ver las posiciones enemigas.
A pesar de ello siguen avanzando. En esta ocasión la barricada nacional no resiste el embate y es rebasada, tras lo cual hacen un alto en el camino para descansar. Cuando el polvo se disipa ven la carnicería en que se ha convertido la posición que han tomado. El parapeto está sembrado de cadáveres; cuenta más de 40 entre camaradas suyos y nacionales. Allí, en lo más alto, también está el cadáver de aquel oficial que una hora antes había visto con su sable. Se acerca a él y ve que tienen un orificio de bala en el centro de la frente. Sin saber por qué se pone a estudiarlo con detenimiento. Sus ojos están abiertos, aún brillantes, mirando al cielo; ve su bigote, perfectamente recortado, así como su rostro pulcramente rasurado, lo cual le sorprende mucho dado el aspecto dejado que todos los combatientes llevaban por aquellos días, y en su cuello tiene anudado un pañuelo de seda blanca. Sus manos son finas, perfectamente cuidadas, era evidente que hacía poco que se había hecho la manicura.
Recuerda que pensó que estaban hechas más para tocar el piano que para empuñar una espada. Sobre su guerrera sucia y deshilachada cuelga un escapulario con una imagen de la Virgen.
Sin saber bien el motivo, le coge la imagen y se la guarda. Podía haberle robado el reloj, que era lo normal, o registrarle la ropa en busca de algún anillo o pertenencia más valiosa, pero se conforma con la estampa. Hans, a pesar de haber sido educado en el catolicismo, hacía muchos años que no pisaba una iglesia, desde que había ingresado en el Partido Comunista Alemán en 1932, pero aquel cadáver, aquella imagen, y todo el horror de muerte y destrucción vivido aquellos días en Belchite, le hizo revivir recuerdos y sensaciones de su infancia que creía olvidados. Desde entonces, nunca más se separará de ella. Cuando muere en 1970, en la República Democrática Alemana, es enterrado con ella.”

Y ya está. Hoy no escribiré nada más.

3 comentarios:

mi-tacua-uy dijo...

Aún de las cosas más horribles puede sacarse algo bueno. Es admirable y ejemplar.

eresfea dijo...

Es memoria histórica.

J. dijo...

Memoria histórica.