Anteyer, 22 de diciembre, España volvió a ser Una. Los informativos de todos los medios de comunicación consagraron la mitad de su programación a la Lotería Nacional. Hubo un premio europeo, el Euromillón, que dejó millones de euros a un fulano, pero ni caso. Una, Gorda y Repartida. Fue un premio “muy repartido” (como emitieron/repitieron hasta la saciedad). ¡Ahora comprendo que la lotería es la verdadera ligazón del estado de las autonomías!
Sí, ayer las calles se vaciaron por la noche, pero era España Dos, y ni el Barsamadriz hizo sombra a la Lotería. Cuando algunos simples alegan que los catalanes no podrían jugar la Liga si se separan de España, olvidan el verdadero factor de cohesión, el pegamento nacional: la Lotería Nacional.
Debería aparecer en la letra del himno nacional. Ése que empezó con el chumpa-chumpa cuando Carlos III inauguró la Lotería Nacional.
Y hoy a hacer compras como locos, en Barcelona, en Madrid, en Cádiz...
P.D.: A mí no me tocó, ¿será porque no soy patriota?, ¿será porque no jugué nada?
1 comentario:
Hay algunas hipnosis colectivas muy curiosas, sí.
Es momento de recordar aquel inteligente artículo que publicó un colaborador del diario Gara. Lo recordarás, Eresfea, jeje...:
Jesús Valencia - Educador Social
"Lotería navideña"
Como «Lotería Nacional» la hemos definido muchas veces dejando al descubierto nuestra escasa conciencia nacional vasca. En mis años de infancia, el país contenía la respiración para escuchar la retransmisión del sorteo. Todas aquellas descomunales radios estaban sintonizadas, a pleno volumen, con Madrid. A los críos se nos imponía en aquella mañana riguroso silencio doméstico y se nos mandaba a jugar en la plaza. Y es que la monótona tonadilla de los niños de San Ildefonso aderezaba los mondongos de Santo Tomás, el orejón de la compota o los cardos de la Nochebuena.
Hoy las cosas han cambiado, pero sólo por encima. Durante estos días previos al sorteo la fortuna nos galantea sin descanso. Apoyado en la estantería del bar, mezclado entre las morcillas del carnicero o las rizadas escarolas del tendero, siempre nos acecha algún décimo insinuante. Añádase a esto todos los gremios, cofradías, asociaciones, organismos populares que tratan de financiarse aplicando un impuesto añadido a los boletos que nos endilgan. He de confesar que también yo practiqué este trapicheo en mis años jóvenes.
En tales condiciones, es muy difícil sustraerse al influjo que todos sufrimos y provocamos. Repartimos participaciones en la familia para reafirmar nuestras querencias. Compartimos décimo en el trabajo por si acaso toca. O compramos el boleto militante para demostrar nuestra sensibilidad social. Y así, unos por otros, nos convertimos en voluntarios agentes ejecutivos a favor de los Borbón. Fueron los monarcas de la Casa de Austria quienes recurrieron a las rifas ocasionales para sanear la hacienda real. Vistos los sustanciosos resultados, instauraron la lotería con carácter permanente, fuente inagotable que desembocaba en las arcas palaciegas. Carlos III así lo dispuso en setiembre de 1763. Y, aunque la presentaron como actividad benéfica, pronto se convirtió en soporte financiero del Estado. Fernando VII, que supo de los muchos palurdos que habitaban su reino, decretó que se hiciera otra lotería extraordinaria en Navidad.
Entiendo que el Estado la siga promoviendo, ya que le reporta sustanciosos beneficios. Pero no entiendo que el pueblo vasco colabore con este Impuesto Voluntario y Añadido, bailando al son del dindirindín. Otras fórmulas de boicot al Estado pueden ser difíciles de asumir por los riesgos que implican. ¿Pero quién nos obliga a sanear las financias de España? Así, décimo a décimo, pagamos la extra al obispo que nos condena, al policía que nos tortura y al juez que nos encarcela.
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