¿Quién ganó el premio Nobel de literatura del año 2006? ¿Y en el 2007? No necesito la respuesta. Ya sé que éstas son preguntas complicadas, que debo contenerme, que no debo molestar. Pero me parece que las respuestas no se saben o se dejan de saber porque sean cuestiones para eruditos o tarados, no.
No se sabe responder porque no disfrutamos los “cortes”.
Contaba Franzen, allá en 1996, en “Para qué molestarse”, un ensayo luminoso de Cómo estar solo:
“en un reciente estudio publicado en USA Today sobre veinticuatro horas de la vida de la cultura norteamericana, había veintiuna referencias a la televisión, ocho a películas, siete a música popular, cuatro a radio y sólo una a narrativa (Los puentes de Madison). O que revistas como The Saturday Review, que en la época del apogeo de Joseph Heller reseñaba montones de novelas, ha desaparecido totalmente. O que el Times Book Review actualmente sólo publica dos reseñas completas sobre ficción a la semana (hace cincuenta años, la proporción de narrativa-no ficción era de uno a uno).”
Aceptemos que hoy, doce años después y más allá de Estados Unidos, nuestra vida “cultural” está dominada por la televisión. Y si no salió el premio Nobel en televisión, si no era guapo, si no hizo un chiste, si no viaja todos los años a pasar unos días con Castro en Cuba, si no se resbaló en la ceremonia y se rompió la cadera, si no se embarcó en la defensa de las focas del Ártico, si no fue a leer algo a un concierto de Bono, si no… Entonces no tendrá los segundos del corte de televisión, y si no tienes los segundos del corte adecuado, ¿de qué vale un premio Nobel en el mundo donde el rasero cultural queda nivelado con la precisión del dólar o, al cambio vigente, del euro.
Es la cultura del corte, un ejemplo “real”: “¿Por qué no te callas?”. No necesito atribuir la cita. ¿Quién podría decirme dónde se dijo esa frase, en qué contexto o qué discutían los jefes de Estado en aquel lugar?
Leía ayer en el periódico (“Obama empata en el feudo de McCain”, El Diario Vasco) el relato del debate Obama McCain. Sonreí cuando se enfrentaba el viejo rotulador de McCain con el proyecto de google de Obama para señalar los gastos frívolos de los congresistas en tiempos de crisis económica. Pero lo mejor llegó al final, en un parrafín de cierre que agradezco de corazón a la enviada especial Mercedes Gallego:
“Pero no será el grueso de este debate el que se quede en la mente de los votantes, sino los cortes de 30 segundos que repitan las televisiones en los próximos días”.
Cuántos estadounidenses decidirán su voto por esta frase: “Yo le miré a los ojos [a Putin]y leí tres letras: KGB”.
¿Cuántos minutos concedía el arcaico Warhol al derecho de fama? Es el imperio de la nueva narrativa: la del relato breve, la del microcuento, la del mensaje por móvil/celular.
P.D.: Odio Los puentes de Madison (novela o película).
2 comentarios:
... la del eslogan.
Si me lo permites :
_Hijo, ¿qué quieres hacer de mayor?
_Quiero ganar el premio Nobel.
_Muy bien, muy bien, ¿y en qué categoría?
_Me da igual, todos dan la misma pasta.
Digamos que los cortes quitan lo valiente.
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