Algunos telones de fondo distraen la atención de montañas que en otras circunstancias serían más visitadas. Algo de eso pensaba el 27 de julio antes de subir a Sède, la montaña a la espalda del refugio de Bayssellance, enfrentada al soberbio macizo de Vignemale (o Comachibosa). Álvaro, Patxi y yo subimos del refugio de Oulettes de Gaube y dejamos el grueso de la mochila en Bayssellance. Remontamos hasta la Hourquette d’Ossoue: era el momento de disfrutar de una cresta y la ascensión cercana a una cima de un dosmilnovecientos. La niebla entraba por el norte, la cresta era un poco más larga de lo que parecía a primera vista, pero la cima estaba ahí... Entonces llegó la primera sorpresa: “Que no, que ésta es una antecima”. Y la segunda: “Que no, que ésta también es una antecima”.
Llegamos a la tercera (también conocida como la vencida) al hito de piedras sin demasiado espacio entre los bloques de granito. Por encima de los dosmilnovecientos hubo que poner las manos para subir y bajar.
Montferrat (3.219)
Montferrat era nuestra excepción. La única cima prevista para esta salida de seis días que superaba los 2.999 metros, pero perdonamos su tresmilmilismo al verla relegada en el rincón sur del glaciar de Vignemale. Ahí, al fondo a la izquierda según se accede al glaciar por la vía normal. Álvaro, Patxi y yo salimos temprano el 28 de julio, pero ya teníamos ante nosotros gente encordada que avanzaba por la nieve y el hielo. (Cuando volvimos, vimos gente que seguía subiendo encordada como la procesionaria).
La ascensión no plantea problemas, pero nosotros los buscamos. Desde el glaciar se puede subir directamente a la pirámide de la montaña o deleitarse accediendo más al oeste, hacia a la cresta cercana al Pico Central. Todo depende de lo que se busque. Encontramos una cresta con su ojo (¿de Sauron?) y todo.
Hubo quien, con una pierna sobre el barranco de Bujaruelo y otra sobre la cubeta del glaciar, dijo mientras arrastraba el culo: “Así suben los gigantes, con una pierna en cada lado de la montaña.”
Las vistas son preciosas, y subimos solos: antecima y cima.
Alphonse Meillon (2.930)
Desde Oulettes, Álvaro y yo subimos al collado de los Mulos y luego, 100 m antes de lo que marcan las líneas de los mapas, en la bajada hacia Bujaruelo o hacia el collado de Arratille, nos “ennortamos”, hacia la brecha que se abre en la Tuca Blanca (2.766), una montaña gris y de verticalidad gótica. Trepamos por una chimenea fácil y cambiamos de vertiente, con vistas a una alineación: Facha, Midi Ossau y… ¿Anie? (un clic sobre la imagen ayuda).
Vimos a una pareja descender el barranco por la pedrera. Seguimos la cresta que primero enfilaba al nordeste para luego remontar hacia el norte.
Cómodos bloques de granito con hitos de referencia. En la cima de Alphonse Meillon los telones de fondo engrandecen la cumbre. Las vistas son magníficas y encontramos el livre d’or: un libro de cima dejado por un descendiente de Alphonse Meillon en 2009. Está a salvo en una caja hermética de plástico. Habían firmado pocos montañeros en los dos últimos años.
La bajada por el barranco que lleva a la senda de la HRP entre el lago de la Badette y el de Arratille nos cansó. Las zonas donde nos podíamos dejar llevar derrapando eran divertidas, y la bajada veloz, pero alguna gravilla sobre roca precisaba más que atención para no resbalar. Una vez en la senda, seguimos ruta hacia el refugio de Wallon. Junto al lago de Arratille fuimos parte del paisaje, como las marmotas indolentes acostumbradas a las visitas, los pescadores de truchas y los mirones del agua (gente absorta mirando tan a gusto la superficie del lago).
Palas (2.974)
Álvaro y yo nos dimos el 30 de julio día de descanso después de la opípara cena del refugio Wallon: subimos al collado de Cambalés y, pasando por el de San Martín, llegamos al refugio de Respumoso. Momentazo: primera ducha de agua caliente después de cinco días de marcha pirenaica. Allí nos juntamos con Patxi, “El Regresado”, que se había cascado el mismo día una ruta exploratoria desde La Sarra. En vez de subir como todo hijo de vecino por la GR11, o como los sobrinos de tío, por el collado de Musales, él subió entre atajos la primera mitad del camino de Musales y luego, como todo tataranieto de tatarabuelo, se largó en busca del collado de Forqueta (que encontró); encontró también un rumano, y encontró, por último, que la cima accesible (Forqueta) no merecía la pena por el terreno inestable y su intrínseca soledad (si al final va a ser un sentimental…). El caso es que nos duchamos con agua caliente y dormimos en compañía de leones de montaña (por el ruido de los rugidos nocturnos no podían ser otro tipo de fieras) y el 31 de julio del año de Nuestro Señor de 2011 celebramos el día de San Ignacio como intentamos que sea desde hace muuuchos años: alcanzar Respumoso y, desde allí, intentar algo.
El “algo” venía metamorfoseando desde hacía unos días: iba a ser Infiernos, la víspera apuntaba a Llena Cantal…, y “algo” fue la iluminación del último momento: ¡Palas! Otro dosmilnovecientos para el zurrón.
Una recomendación: no subáis a Palas por Respumoso, sino por Arremoulit. ¿Por qué? Os podéis ahorrar un tramo de pedrera incómodo de aproximadamente 300 metros de desnivel: desde el ibón de Arriel Alto hasta la base de la trepada de la chimenea Ledormeur. La chimenea está marcada en el inicio con una placa amarilla y con pintura roja en la ruta. La subida no presentaba complicaciones, se iban metiendo las manos y… Entonces cayó desde las alturas, pero a unos cincuenta metros de nosotros, un peño más grande que un melón de Villaconejos. Nos aceleramos para salir de la chimenea expuesta. Después vimos a tres franceses y un español; entre los franceses, una señora con aspecto de rayar los 60 años miraba con cara de pocos amigos (como mucho dos). La fatiga extrema, pensé. Y murmuré: “Manolete, Manolete, si no sabes torear…”.
En la cima disfrutamos con la sesión feográfica y bromeamos: sí, nuestro hotel es el Palas. Nos acordamos de Javier, que pronto será padre (y no piloto de aeroplanos como cantaba Manolo García), y siempre dijo que le gustaba el Palas porque era una cima “muy aérea”.
En la bajada nos topamos de nuevo con la señora en compañía de uno de los montañeros que habíamos visto antes. Y vimos dolor en su rostro. El compañero nos explicó que los otros dos habían bajado al refugio de Arremoulit para dar la alarma y llamar al helicóptero de rescate. A ver si no habíamos visto la piedra... Por lo visto alguno de ellos había desprendido la piedra y había golpeado la espalda de la señora antes de caer (el peño) montaña abajo. La señora debía de tener algún hueso roto y no podía mover los brazos con soltura para bajar la chimenea.
Cuando Álvaro, Patxi y yo estábamos de nuevo en la pedrera sur del Palas, vimos llegar el helicóptero y las tareas de rescate con grúa y cable. Compartimos la emoción al ver los esfuerzos (y la eficacia) de esas personas entrenadas para salvar a otros.
5 comentarios:
Jo, qué densidad. Con menos se hace una película de Hollywood y tres secuelas. Bueno, cambiando la señora de casisesenta por una de esas actrices noveles y sin tapujos.
Pd: la escena de la ducha podría ser memorable, así como la escena de cama entre los leones del refugio.
Gracias por el homenaje.
De esta forma me acercáis a los montes.
Aún esperando.
El Palas es un monte palasbuenas, no palasmalas. Y menos palosmalos: Bendito compañero que le lanzó la piedrica. Más cuidado, por favor. Caiouuuuuuuuuuuuuuuuuuu...
Pd. Practicar el dosmilnovecientosismo mola.
Con esa pose, Patxi puede anunciar cualquier cosa.
¿Debo darme por aludido?¿Cuándo he hecho yo posar a alguien?
Jo, qué envidia.
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