Me
dicen que me ponga mallas (acepción 5) para ir a la montaña como si fuera artista de circo o bailarina. Y no... Además, estoy seguro de que, si
me enfundara las mallas, no me iría de rositas: me caería, me partiría
una pierna o el huesillo del culo y hasta correrían por las redes (sociales) vídeos de esa caída y de mis apreturas.
Ese rechazo no puede ser sólo producto de una impropiedad o del temor al ridículo, debe de ser algo
genético, dirá alguno. Para dar a ese alguno parte de la razón genética, contaré
otra vez la batallita de Eusebio. Leonor, su mujer, le
compró (un impulso) en los años sesenta (SXX) un slip. Cuando se lo
dio, él lo sostuvo un momento en la mano y le dijo: "¿Qué es esto?". "Un
braslip", respondió Leonor. "¡Pues ya te lo puedes poner tú!". (Eusebio, mi abuelo,
vestía calzones hasta el tobillo los días más fríos del invierno).
Y, hala, ya os las podéis poner vosotros (las mallas); yo no soy artista de circo, bailarina, personaje de vídeo de primera (o cuarta), Robin Hood de cine clásico, friolero (friolento)..., ni siquiera roquero. Que conste: me pongo el pantalón
corto en cuanto hace buen tiempo sin afán de imitar al Angus de ACDC.
Mallas no.
3 comentarios:
Es que las mallas son para ir a trabajar, hombre (que hay que explicártelo todo).
Lo que hay que hacer sin falta es rescatar los calzones largos de Eusebio.
Bea
Que no, que no, que no me engañáis... Las mallas son slips largos, ajustadamente largos.
John Wayne o Burt Lancaster, tú eliges.
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