Lo mejor de la literatura italiana desde la Segunda Guerra Mundial tiene, entre sus personajes, niños que miran con la verdad de la inocencia el teatro de las relaciones de los adultos. Esa línea maestra persiste en Los peces no cierran los ojos, de Erri De Luca (Seix Barral, 2012).
Copio este fragmento (págs. 47 y 48) y ciao:
"Mi padre me llevó una vez, es cazador.
Me quedaba embelesado escuchándola, mirándole la cara, incluso la boca.
-Estábamos aún a oscuras pero ya cerca del alba. Se detuvo de repente y me dijo que me agachara, se quitó la escopeta de la espalda, se la echó al hombro. Me asusté, le dije en voz muy baja: no. Me hizo callar con un gesto brusco de la mano retirada del gatillo. Afinó la mira y vi yo también, desde el suelo, hacia dónde apuntaba, un par de cuernos anchos. Repetí mi no en voz muy baja, él hizo un gesto más seco todavía. Apuntó. Yo no podía hacer nada, ni cerrar los ojos ni taparme los oídos. Soltó un suspiro y mientras lo hacía dijo: "¡Bum!".
-¿Disparó? -pregunté yo, en voz muy baja.
-No, hizo bum con la boca y después bajó el fusil. No volvió a llevarme de caza con él. ¿Lo hizo por odio o por amor?
No esperaba una respuesta, pero se la di de todas formas:
-Yo creo que bum es amor.
Sonrió como cuando acaece la sorpresa de un recuerdo.
-Mi padre falta desde hace dos años. El otoño pasado, en noviembre, fui al cementerio. Hacía ya frío, no era época de mariposas. Sin embargo, una blanca se me acercó volando y fue a posarse sobre mi rodilla, donde él ponía su mano. Amo a los animales, saben de nosotros y nosotros nada de ellos.
Había en ella la firmeza que he reconocido en la voz de los ciegos."
P.D.: "Acaece", que no es poco.
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