El señor Aristi murió ayer con 93 años, antes, mucho antes, enterró una esposa y dos hijos. Tuvo que sufrir mucho, pero nunca lo vimos cercano a la rendición. Jamás le oímos una queja. El señor Aristi vivía solo y tenía la mirada azul, limpia, puesta en los demás. Era un hombre bueno. Hace años empezó a usar el bastón. Un día de ascensor averiado, mi hermano lo vio bajar las escaleras de espaldas, hacia atrás, desde el noveno; hacia adelante no podía. La misa, el pan. Salía todos los días. Luego se pasó a las muletas, más lento, resistente. Empezó a usar la silla de ruedas hace año y medio, la empujaba una mujer rumana muy seria que le hacía la casa y le tomó mucho cariño (era inevitable). Dejamos de ver al señor Aristi hace unos tres meses (?). No queríamos pensar en que se moría y hoy lo entierran.
El señor Aristi dio en su vida ejemplo de bondad y fortaleza. Cuando muere un héroe sin salvas de honor, sin atrezo, tan callando, como el señor Aristi, parece que con él muere toda una estirpe superior, forjada a golpes; con él muere un tiempo.
Los secundarios quedamos aquí abrumados de golpe ante su ejemplo; descolocados; anacrónicos; con la sensación de haber sido deshauciados. Y sólo queda decir: yo tuve la fortuna de conocer al señor Aristi.
1 comentario:
Esos son los héroes de verdad :)
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