Paseo matinal por la Vuelta del Castillo, en Pamplona.
Camino hacia el cruce con una pareja singular: un anciano que empuja la silla de ruedas con alguien tan anciano que me recuerda a una momia incaica y sedente. El que empuja canta con un hilo de voz una jota; el sentado, sin abrir los ojos, termina de coser algunas palabras con su aliento. Joteros.
Un poco más adelante, oigo que una madre joven chista a las urracas. Pero lo hace una por una. Detiene el coche de niño (también empuja) y lo orienta para que su hijo de poco más de un año vea cómo salta (blanco y negro) sobre el verde del césped. La urraca levanta el vuelo. La madre avanza con el cochecito, localiza otra urraca, se aproxima y, cuando ha orientado al hijo hacia el pájaro, vuelve a chistar. La urraca da un salto, dos..., vuela. El niño señala el pájaro.
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