viernes, julio 27, 2007
Tarzán entre nosotros
Sube y baja de Javier y Eresfea por Aralar el día de Santiago. El vocabulario tarzanesco surge entre nosotros: rampa-rampa es subir (Foto 1), Gambo-Gambo es cima (Foto 2), campa-campa es prado, pastura (Foto 3)… Y así.
México
Hay una crónica viajera de memoria, y otra que viaja dispuesta a mirar, a escuchar, a reunir los datos del momento que la memoria después olvidará. A mitad de camino entre esas actitudes se mueve el italiano Emilio Cecchi (1884-1966) en el librito que recupera la editorial Minúscula. El viajero (y el lector con él) recorre California, Nuevo México y México en sus vacaciones de profesor universitario a comienzos de los años 30 del siglo XX. La prosa en México avanza con breves crónicas que se leen a toda velocidad.
Citaré cuatro, entre muchas deliciosas:
“El Diablo”, dedicada a un caimán y a algo más.
“Quia imperfectum”, del que copio este fragmento revelador:
“Los indios navajos son famosos en el arte textil (…). Y la austera combinación de las tintas: rojo sangre, azul eléctrico, gris tórtola, recordaba a la de los colores de los barcos, de los coches y de ciertas banderas.
Cuando una mujer navaja está a punto de acabar uno de esos tejidos, deja en la trama y en el dibujo una pequeña fractura, un defecto, “para que el alma no quede prisionera dentro del trabajo”. Esta me parece una profunda lección de arte: prohibirse, deliberadamente, una perfección demasiado aritmética y cerrada. Porque las líneas de la obra, soldándose invisiblemente sobre sí mismas, constituirían un laberinto sin salida; una cifra, un enigma del que se ha perdido la clave. El primero que caería en el engaño sería el espíritu del que ha creado el engaño”. (págs. 64 y 65).
[Engaño, ampulosidad y perfeccionismo cerrado sobre sí mismo que, para mí, aprisiona al lector de DFW, por eso terminé aquel comentario con la recomendación de Cecchi].
“El coyote”, ¡que ejemplo de claridad, velocidad y condensación narrativa!
“Funeral de un niño”, un fogonazo.
Que lo disfruten. Otro día escribiré de La solución final, de Michael Chabon, una de las nuevas promesas de la narrativa estadounidense.
Citaré cuatro, entre muchas deliciosas:
“El Diablo”, dedicada a un caimán y a algo más.
“Quia imperfectum”, del que copio este fragmento revelador:
“Los indios navajos son famosos en el arte textil (…). Y la austera combinación de las tintas: rojo sangre, azul eléctrico, gris tórtola, recordaba a la de los colores de los barcos, de los coches y de ciertas banderas.
Cuando una mujer navaja está a punto de acabar uno de esos tejidos, deja en la trama y en el dibujo una pequeña fractura, un defecto, “para que el alma no quede prisionera dentro del trabajo”. Esta me parece una profunda lección de arte: prohibirse, deliberadamente, una perfección demasiado aritmética y cerrada. Porque las líneas de la obra, soldándose invisiblemente sobre sí mismas, constituirían un laberinto sin salida; una cifra, un enigma del que se ha perdido la clave. El primero que caería en el engaño sería el espíritu del que ha creado el engaño”. (págs. 64 y 65).
[Engaño, ampulosidad y perfeccionismo cerrado sobre sí mismo que, para mí, aprisiona al lector de DFW, por eso terminé aquel comentario con la recomendación de Cecchi].
“El coyote”, ¡que ejemplo de claridad, velocidad y condensación narrativa!
“Funeral de un niño”, un fogonazo.
Que lo disfruten. Otro día escribiré de La solución final, de Michael Chabon, una de las nuevas promesas de la narrativa estadounidense.
miércoles, julio 25, 2007
Impaciencia
El viejo me dijo que le siguiera. Caminaba demasiado despacio y, precisamente por eso, yo me cansaba. Salimos del pabellón, cruzamos un rastrojo.
-Aquí está bien -sentenció de pronto.
Se sentó en el suelo, en una linde herbosa, bajo un nogal. Yo le imité y me senté a su lado. Dejó su mano izquierda sobre mi hombro. Con la derecha arrancó un tallo seco de avena loca y se lo puso entre los dientes. Se quedó esperando algo. Su mirada era panorámica, no concentraba su atención en un punto concreto. Yo, por pensar, pensé que ojeábamos conejos.
-¿Hay conejos? –pregunté.
-Tú puedes encontrarlos…
Me sonó a rollo budista o a caminitos de autoconocimiento coelhianos.
Noté un temblor en su mano, y en sus orejas.
-¿Escucha algo?
-Sí…
Pasó un buen rato, tal vez un cuarto de hora, entonces sacó su navaja y dio un corte al tallo de avena, para renovar la chupada. Parecía orgulloso del filo de su navaja. Pasó la yema del índice sobre el filo y me guiñó.
Me inquieté, me sentí amenazado.
Pasaron unos minutos y… nada. Hasta que, extasiado al chupar la avena, le salió un ruidito agudo, como de globo que se deshincha.
Interpreté eso como una señal.
-¿Hacemos algo? –me atreví a preguntar.
-Esto es lo mejor de la vida –hizo unas prospecciones digitales en su nariz, escupió una salivilla, tomó otro tallo de avena-. Mira cómo pasa todo.
Sonó la sirena. Había que volver.
P.D.: Todo este cuento, para no hablar de la impaciencia que me agarró ayer: la del hongo. Ésa que tuve que resolver en el hayedo con cyanoxanthas (urretxas).
lunes, julio 23, 2007
"Estado español"
Hace días me encontré con Pablo B., un uruguayo, en un viaje a Pamplona. Él había conocido gente de Beasain –pronúnciese Beasáin- (Gipuzkoa –pronúnciese Guipúzcoa) que decía que se iba de vacaciones a España.
A mí esto me llena de satisfacción, porque al menos demuestra que ni el nacionalista vasco (independentista, ciclista, Sabinófilo -de Joaquín-, adoptador de una chinita, ovolactovegetariano, setero…, o lo que sea) coincide con la expresión detestable de algunos medios de comunicación: “Estado español”.
A mí esto me llena de satisfacción, porque al menos demuestra que ni el nacionalista vasco (independentista, ciclista, Sabinófilo -de Joaquín-, adoptador de una chinita, ovolactovegetariano, setero…, o lo que sea) coincide con la expresión detestable de algunos medios de comunicación: “Estado español”.
Bisaurín (2.668 m)
viernes, julio 20, 2007
El último DFW
Al estadounidense David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962) –desde ahora DFW- siempre le sobran palabras: en su mejor cuento “Encarnación de una generación quemada”, en su propósito de novelón final La broma infinita y en sus textos a mitad de camino entre el ensayo y el reportaje, como en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.
Con Hablemos de langostas no ha cambiado, y es terrible que el lector descubra su vocación de editor para retirar palabras de sobra a medida que lee, y es más terrible aún cuando empiezan a descubrirse los mecanismos de escritura de DFW entre descripciones que le sirven para hacer palanca en sus pensamientos y abrumadoras notas al pie de página. Me referiré sólo a tres de los diez textos que integran este Hablemos de langostas de 423 páginas que ha editado Mondadori en mayo.
1. “Gran hijo rojo” abre el libro y supongo que DFW (o su amigos que aparecen citados en los agradecimientos) saben el porqué. La cuestión es el cine porno actual en EEUU. Y ahí duele. Todo lo que tiene que contar a propósito de la pornografía está a la altura de la abundancia descriptiva del autor y las declaraciones de los personajes-personas impactan por sí solas.
Con Hablemos de langostas no ha cambiado, y es terrible que el lector descubra su vocación de editor para retirar palabras de sobra a medida que lee, y es más terrible aún cuando empiezan a descubrirse los mecanismos de escritura de DFW entre descripciones que le sirven para hacer palanca en sus pensamientos y abrumadoras notas al pie de página. Me referiré sólo a tres de los diez textos que integran este Hablemos de langostas de 423 páginas que ha editado Mondadori en mayo.
1. “Gran hijo rojo” abre el libro y supongo que DFW (o su amigos que aparecen citados en los agradecimientos) saben el porqué. La cuestión es el cine porno actual en EEUU. Y ahí duele. Todo lo que tiene que contar a propósito de la pornografía está a la altura de la abundancia descriptiva del autor y las declaraciones de los personajes-personas impactan por sí solas.
(Hay un momento, en una nota al pie de página, en el que DFW se acerca a algo sublime, pero pronto lo agota con más descripciones efectistas, con anecdotario, con sus reflexiones en gravedad cero. Aquí dejo el acercamiento:
“A veces, y nunca sabes cuándo, es lo que tiene… a veces de golpe se revelan a sí mismas”, fue la explicación del detective. “Su… cómo se llama eso… humanidad.” Resultaba que al detective de la policía de Los Ángeles las películas para adultos le resultaban conmovedoras, de hecho mucho más que la mayoría de las películas convencionales de Hollywood, en las cuales los actores –a veces actores con mucho talento- se dedican a fingir una humanidad genuina, es decir: “en las películas normales, todo es intencionado. Supongo que lo que me gusta del porno es que ahí pasa de forma accidental”).
2. “Ciertamente el final de alguna cosa, o por lo menos eso es lo que a uno le da por pensar” es una crítica feroz de una novela reciente de Updike. La destroza, lo destroza.
3. “Hablemos de las langostas” tiene el runrún del título del libro. El mediocre reportaje que parecía dedicado a las langostas, por obra y gracia de la verbosidad esdrújula de DFW, se aleja del reporterismo y de las langostas.
“A veces, y nunca sabes cuándo, es lo que tiene… a veces de golpe se revelan a sí mismas”, fue la explicación del detective. “Su… cómo se llama eso… humanidad.” Resultaba que al detective de la policía de Los Ángeles las películas para adultos le resultaban conmovedoras, de hecho mucho más que la mayoría de las películas convencionales de Hollywood, en las cuales los actores –a veces actores con mucho talento- se dedican a fingir una humanidad genuina, es decir: “en las películas normales, todo es intencionado. Supongo que lo que me gusta del porno es que ahí pasa de forma accidental”).
2. “Ciertamente el final de alguna cosa, o por lo menos eso es lo que a uno le da por pensar” es una crítica feroz de una novela reciente de Updike. La destroza, lo destroza.
3. “Hablemos de las langostas” tiene el runrún del título del libro. El mediocre reportaje que parecía dedicado a las langostas, por obra y gracia de la verbosidad esdrújula de DFW, se aleja del reporterismo y de las langostas.
miércoles, julio 18, 2007
Cresteando
lunes, julio 16, 2007
En la cima del Vignemale
martes, julio 10, 2007
Una expresión odiosa
lunes, julio 09, 2007
Amistad
viernes, julio 06, 2007
Tontainas (sin acritud)
Los de Peta (Personas por el Trato Ético de los Animales). Que enseñan piel, tetas, tetillas, bragas y calzoncillos en las calles de Pamplona para mostrar su oposición al maltrato y a la muerte de los toros. Llegan los Sanfermines, y los periodistas, en otro alarde (más) de libertad de expresión, conceden espacio y tiempo al paseíllo de estos tontainas. (Si yo trabajara en la tele, cedería a la tentación y metería el vídeo del año pasado. ¿Alguien se daría cuenta?).
Amo la naturaleza y no soy taurino, pero me parecería más auténtico que estos muchachos bienintencionados de Peta lucharan contra la esclavitud de las vacas lecheras o, incluso, ya puestos, contra el zodíaco en los periódicos que se dicen informativos.
P.D.: Sería interesante organizar visitas guiadas a los mataderos. En tanga, claro.
Amo la naturaleza y no soy taurino, pero me parecería más auténtico que estos muchachos bienintencionados de Peta lucharan contra la esclavitud de las vacas lecheras o, incluso, ya puestos, contra el zodíaco en los periódicos que se dicen informativos.
P.D.: Sería interesante organizar visitas guiadas a los mataderos. En tanga, claro.
El claro ejemplo
En Uruguay, la claridad es patrimonio de los ejemplos. Los uruguayos sueltan un “claro” de izquierdas cuando dicen o escriben “ejemplo”. Nunca es "ejemplo" a secas, tampoco “ejemplo claro”, sino “claro ejemplo”. Ya es hora de reclamar ante la Real Academia el clarojemplo. ¿Acaso no se aceptó el ta?
Alguna vez he preguntado:
-¿Es posible el oscuro ejemplo?
-…
Como son muy educados, no me contestan.
P.D.: En la imagen un claroscuro ejemplo televisivo y matinal.
Alguna vez he preguntado:
-¿Es posible el oscuro ejemplo?
-…
Como son muy educados, no me contestan.
P.D.: En la imagen un claroscuro ejemplo televisivo y matinal.
miércoles, julio 04, 2007
Por suerte: Kevin, El Kini (elogio de Rogelio y Kevin) y Clavijo
Solo ante el televisor, fotografié el sorteo de El Kini (que, junto con El 5 de Oro, ha hecho las delicias del Gran V. y de Eresfea unas cuantas noches de este 2007).
Diré:
El presentador pivot parece un jugador de la NBA retirado, con la sonrisa de aspirante a presidente de la Asociación del Rifle. Detrás, escribanos o notarios (no sé) pequeños para certificar los números premiados, niños cantores, que repiten cantandoblando los números de las bolillas según salen. En El Kini cantabla uno; en El 5 de Oro cantablan dos. ¿Cómo explicar la profunda emoción que experimentamos el Gran V. y yo coreando los números con Rogelio, nuestro niño cantor favorito? Tanto Rogelio como Kevin, del Kini, son objeto de una venganza: los plantan en un segundo plano, como muñecos, y les visten de camisa (verano) o camisa y suéter (invierno), y en cualquier estación la ropa les queda grande. Y ellos se afirman en el suelo con las piernas un poco abiertas, para aguantar el impacto seco del número. ¡Es tan emocionante...! Por suerte.
Mantengo la continuidad del por suerte. Me explico:
Cuando los uruguayos me preguntan por qué no vivo en Montevideo, la razón más sencilla de mi negativa es que en Montevideo tengo que contar que soy de España al menos a una persona diferente todos los días. Es inevitable:
-¿Y de qué parte de España es?
-De San Sebastián, en el País Vasco…
Así no hay manera de distraerse, ellos cuidan la plantita del patriotismo ajeno. Por ejemplo. Subo a un taxi y doy el lugar de mi destino con acento neutro, extraño:
-Edil Hugo Pratto y Asevedo Días, por favor.
A ver qué pasa (me digo).
-¿Alemán?
(Debe de ser el reciente corte de pelo, que me marca un cráneo ario).
-No, español…
-¿Y de qué parte de España?
-De San Sebastián…
A continuación me cuenta que su abuela era de San Sebastián, que qué linda tierra, que su abuela tenía muy mala leche y se le hinchaba la vena de la frente cuando se enojaba, que me fije en los árboles del camino, que cualquier ciudad no tiene árboles como Montevideo, que ya quisieran muchas capitales de Europa (pasamos junto a negundos, tipas, plátanos…). Él me da la mano, se presenta y me pregunta:
-A lo mejor usted me puede resolver una duda: ¿cómo es eso de que Santiago hacía la guerra contra los moros en España?
-¿Eh?
-Sí, el apóstol, cómo era que decía…
-¡Santiago y cierra España! -digo yo.
A mi taxista se le iluminan los ojos:
-Sí… Yo he leído mucho de eso, ¿cómo se llamaba la batalla?
-Clavijo -digo yo.
-Sí, fue en 845.
Ahora me sorprendo yo, cuando él se explica:
-No entiendo cómo puede ser que aparezca Santiago en 845, él era anterior, ¿no? Por ahí…, del siglo I.
-Es que Santiago era una aparición –le digo mirándole por un momento a los ojos y enarcando las cejas- Él murió en el siglo I, pero aparecía en su caballo blanco para cortar las cabezas de los infieles.
(La verdad, me da gustito contar esto de las cabezas).
-¡Una aparición!
Ahí queda todo claro, por suerte. Llegamos a Edil Hugo Pratto y Acevedo Díaz, apuramos los últimos flecos de la conversación y le pago la carrera.
Diré:
El presentador pivot parece un jugador de la NBA retirado, con la sonrisa de aspirante a presidente de la Asociación del Rifle. Detrás, escribanos o notarios (no sé) pequeños para certificar los números premiados, niños cantores, que repiten cantandoblando los números de las bolillas según salen. En El Kini cantabla uno; en El 5 de Oro cantablan dos. ¿Cómo explicar la profunda emoción que experimentamos el Gran V. y yo coreando los números con Rogelio, nuestro niño cantor favorito? Tanto Rogelio como Kevin, del Kini, son objeto de una venganza: los plantan en un segundo plano, como muñecos, y les visten de camisa (verano) o camisa y suéter (invierno), y en cualquier estación la ropa les queda grande. Y ellos se afirman en el suelo con las piernas un poco abiertas, para aguantar el impacto seco del número. ¡Es tan emocionante...! Por suerte.
Mantengo la continuidad del por suerte. Me explico:
Cuando los uruguayos me preguntan por qué no vivo en Montevideo, la razón más sencilla de mi negativa es que en Montevideo tengo que contar que soy de España al menos a una persona diferente todos los días. Es inevitable:
-¿Y de qué parte de España es?
-De San Sebastián, en el País Vasco…
Así no hay manera de distraerse, ellos cuidan la plantita del patriotismo ajeno. Por ejemplo. Subo a un taxi y doy el lugar de mi destino con acento neutro, extraño:
-Edil Hugo Pratto y Asevedo Días, por favor.
A ver qué pasa (me digo).
-¿Alemán?
(Debe de ser el reciente corte de pelo, que me marca un cráneo ario).
-No, español…
-¿Y de qué parte de España?
-De San Sebastián…
A continuación me cuenta que su abuela era de San Sebastián, que qué linda tierra, que su abuela tenía muy mala leche y se le hinchaba la vena de la frente cuando se enojaba, que me fije en los árboles del camino, que cualquier ciudad no tiene árboles como Montevideo, que ya quisieran muchas capitales de Europa (pasamos junto a negundos, tipas, plátanos…). Él me da la mano, se presenta y me pregunta:
-A lo mejor usted me puede resolver una duda: ¿cómo es eso de que Santiago hacía la guerra contra los moros en España?
-¿Eh?
-Sí, el apóstol, cómo era que decía…
-¡Santiago y cierra España! -digo yo.
A mi taxista se le iluminan los ojos:
-Sí… Yo he leído mucho de eso, ¿cómo se llamaba la batalla?
-Clavijo -digo yo.
-Sí, fue en 845.
Ahora me sorprendo yo, cuando él se explica:
-No entiendo cómo puede ser que aparezca Santiago en 845, él era anterior, ¿no? Por ahí…, del siglo I.
-Es que Santiago era una aparición –le digo mirándole por un momento a los ojos y enarcando las cejas- Él murió en el siglo I, pero aparecía en su caballo blanco para cortar las cabezas de los infieles.
(La verdad, me da gustito contar esto de las cabezas).
-¡Una aparición!
Ahí queda todo claro, por suerte. Llegamos a Edil Hugo Pratto y Acevedo Díaz, apuramos los últimos flecos de la conversación y le pago la carrera.
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