Geordie se siente extranjero junto a Susan en su país (EEUU), porque sus valores son los de otro país ya inexistente (un EEUU de otro tiempo). Y eso lo atisba en el tren, en movimiento, en el viaje diario hacia el trabajo, hacia casa, hacia ninguna parte. El síndrome de cola de lagartija: está “muerto”, pero no para de ir y venir, de moverse sin sentido. Él busca “un vínculo”, algo que Susan (su mujer, de origen chino) no tiene.
¡Ella renunció a cualquier atadura del pasado y Geordie quiere algo que ligue su pasado con su presente, busca una unidad! Y se lo dice a su mujer:
"-Quiero algo –confieso.
-¿Qué quieres?
-No lo sé –digo-. Más, quiero algo más.
Pienso en un vínculo, quiero un vínculo.
-Quieres algo que no tengo –me contesta."
"Lección de chino" o "Lección china", en Cosas que debes saber, de Homes.
miércoles, octubre 31, 2007
lunes, octubre 29, 2007
Nombres propios para un 28 de octubre
El domingo subimos Aizkorri (1.528) –Lucía, donde “el venao, el venao…”- y Haitxuri (1.551). En la fotografía, de izquierda a derecha: Patxi, Javier, Álvaro e Imanol; en el mismo eje vertical (no me funciona la foto finish): arriba, Lurdes; abajo, Majo -¡jo qué rima!-.
Los ojos más educados encontrarán en lontananza, con un clic, Amboto y Udalaitx.
Junto a Burgalaitz (1.289), en una mesetilla del hayedo (Tati, un chato en el que nos sentamos tan cho…), cocinamos setas de chopo, ilarrakas, champiñones enormes y rovellones. Y chistorra. Todo muy rico. (Para beber, tinto: Coto, Rioja, y Callejo, Ribera de Duero).
Tal día como ayer, hace exactamente un año, Peter cosechó sus últimas setas. Él recogió en un robledal de Arechaga "algunos Boletus edulis y Boletus badius, mucha lengua de vaca recién salida, algunos pie azules".
Los ojos más educados encontrarán en lontananza, con un clic, Amboto y Udalaitx.
Junto a Burgalaitz (1.289), en una mesetilla del hayedo (Tati, un chato en el que nos sentamos tan cho…), cocinamos setas de chopo, ilarrakas, champiñones enormes y rovellones. Y chistorra. Todo muy rico. (Para beber, tinto: Coto, Rioja, y Callejo, Ribera de Duero).
Tal día como ayer, hace exactamente un año, Peter cosechó sus últimas setas. Él recogió en un robledal de Arechaga "algunos Boletus edulis y Boletus badius, mucha lengua de vaca recién salida, algunos pie azules".
Pato
Cuando tenía siete u ocho años, leí en el libro de Lenguaje el cuentito de pato. El pato vanidoso presumía de sus destrezas (dignas de las FF.AA.: tierra, mar y aire). Caminaba, nadaba y volaba. Quizá fue una serpiente –eso no lo recuerdo bien- la que puso al pato en su sitio: volaba fatigosamente, sin requiebros; nadaba como un bote; caminaba bamboleándose como un borracho.
Pero esto no menguó mi entusiasmo hacia los patos. Junto a la casa de mis abuelos, vivía el pato Lucas (blanco), que comía todos los caracoles que le dábamos los niños y atendía nuestras llamadas: “¡Lucas, Lucas!”. (Sí, venía bamboleándose).
Años después descubrí el foie, las mollejas y el confit. Qué grandes, los patos.
Ahora leo La sombra de la ruta de la seda, la última virguería del británico Colin Thubron.
En China, donde comienza el viaje de Thubron, los niños pastorean bandadas de patos.
P.D.: En la imagen, pato dominical en el Oria (Tolosa).
viernes, octubre 26, 2007
Fidelidad
Maniobras de distracción en Belchite (Septiembre 1937). Biblioteca El Mundo, 2005.
Ander me ha prestado este libro para que yo se lo preste a Javier… Y claro, entre tanto, lo leo. Tengo que escribir este fragmento de las páginas 37 y 38.
“Uno de aquellos combatientes republicanos, miembro de las Brigadas Internacionales, es Hans Bloch, comunista alemán, que explica unos recuerdos estremecedores de su experiencia en Belchite.
Sobre todo evoca un ataque acontecido, cree que el 3 de agosto, efectuado tras la conveniente preparación artillera, contra las barricadas nacionales. Lo realizaron a base de bombas de mano y con bayoneta calada, pensando que sería una tarea sencilla. Recuerda que sobre el parapeto que tenía que asaltar estaba una un oficial nacional, alto, delgado, con un sable en la mano, que arengaba a sus hombres. Explica que le pareció una escena surrealista, propia de siglos pasados, pues le recordaba las novelas de aventuras de caballeros de la Edad Media, en la que aquel joven oficial, con bigote, en lo alto de la barricada, blandía su arma llamando a no desfallecer en la lucha. Hans recuerda que al principio fueron rechazados tras un duro combate cuerpo a cuerpo y tuvieron que retirarse a unos metros, tras unos escombros.
Allí queda cuerpo a tierra desde donde disparaba su fusil y veía cómo, milagrosamente, el fuego respetaba a aquel suicida que, en una ocasión, llega a hundir su sable en la cabeza de un republicano que se acercó demasiado. Al cabo de una hora vuelven al ataque entre gritos y explosiones, envueltos en una nube de polvo que no les deja ver nada. Ve que a su lado caen muchos de sus compañeros, pero la cortina de tierra que se levanta impide prácticamente ver las posiciones enemigas.
A pesar de ello siguen avanzando. En esta ocasión la barricada nacional no resiste el embate y es rebasada, tras lo cual hacen un alto en el camino para descansar. Cuando el polvo se disipa ven la carnicería en que se ha convertido la posición que han tomado. El parapeto está sembrado de cadáveres; cuenta más de 40 entre camaradas suyos y nacionales. Allí, en lo más alto, también está el cadáver de aquel oficial que una hora antes había visto con su sable. Se acerca a él y ve que tienen un orificio de bala en el centro de la frente. Sin saber por qué se pone a estudiarlo con detenimiento. Sus ojos están abiertos, aún brillantes, mirando al cielo; ve su bigote, perfectamente recortado, así como su rostro pulcramente rasurado, lo cual le sorprende mucho dado el aspecto dejado que todos los combatientes llevaban por aquellos días, y en su cuello tiene anudado un pañuelo de seda blanca. Sus manos son finas, perfectamente cuidadas, era evidente que hacía poco que se había hecho la manicura.
Recuerda que pensó que estaban hechas más para tocar el piano que para empuñar una espada. Sobre su guerrera sucia y deshilachada cuelga un escapulario con una imagen de la Virgen.
Sin saber bien el motivo, le coge la imagen y se la guarda. Podía haberle robado el reloj, que era lo normal, o registrarle la ropa en busca de algún anillo o pertenencia más valiosa, pero se conforma con la estampa. Hans, a pesar de haber sido educado en el catolicismo, hacía muchos años que no pisaba una iglesia, desde que había ingresado en el Partido Comunista Alemán en 1932, pero aquel cadáver, aquella imagen, y todo el horror de muerte y destrucción vivido aquellos días en Belchite, le hizo revivir recuerdos y sensaciones de su infancia que creía olvidados. Desde entonces, nunca más se separará de ella. Cuando muere en 1970, en la República Democrática Alemana, es enterrado con ella.”
Y ya está. Hoy no escribiré nada más.
Ander me ha prestado este libro para que yo se lo preste a Javier… Y claro, entre tanto, lo leo. Tengo que escribir este fragmento de las páginas 37 y 38.
“Uno de aquellos combatientes republicanos, miembro de las Brigadas Internacionales, es Hans Bloch, comunista alemán, que explica unos recuerdos estremecedores de su experiencia en Belchite.
Sobre todo evoca un ataque acontecido, cree que el 3 de agosto, efectuado tras la conveniente preparación artillera, contra las barricadas nacionales. Lo realizaron a base de bombas de mano y con bayoneta calada, pensando que sería una tarea sencilla. Recuerda que sobre el parapeto que tenía que asaltar estaba una un oficial nacional, alto, delgado, con un sable en la mano, que arengaba a sus hombres. Explica que le pareció una escena surrealista, propia de siglos pasados, pues le recordaba las novelas de aventuras de caballeros de la Edad Media, en la que aquel joven oficial, con bigote, en lo alto de la barricada, blandía su arma llamando a no desfallecer en la lucha. Hans recuerda que al principio fueron rechazados tras un duro combate cuerpo a cuerpo y tuvieron que retirarse a unos metros, tras unos escombros.
Allí queda cuerpo a tierra desde donde disparaba su fusil y veía cómo, milagrosamente, el fuego respetaba a aquel suicida que, en una ocasión, llega a hundir su sable en la cabeza de un republicano que se acercó demasiado. Al cabo de una hora vuelven al ataque entre gritos y explosiones, envueltos en una nube de polvo que no les deja ver nada. Ve que a su lado caen muchos de sus compañeros, pero la cortina de tierra que se levanta impide prácticamente ver las posiciones enemigas.
A pesar de ello siguen avanzando. En esta ocasión la barricada nacional no resiste el embate y es rebasada, tras lo cual hacen un alto en el camino para descansar. Cuando el polvo se disipa ven la carnicería en que se ha convertido la posición que han tomado. El parapeto está sembrado de cadáveres; cuenta más de 40 entre camaradas suyos y nacionales. Allí, en lo más alto, también está el cadáver de aquel oficial que una hora antes había visto con su sable. Se acerca a él y ve que tienen un orificio de bala en el centro de la frente. Sin saber por qué se pone a estudiarlo con detenimiento. Sus ojos están abiertos, aún brillantes, mirando al cielo; ve su bigote, perfectamente recortado, así como su rostro pulcramente rasurado, lo cual le sorprende mucho dado el aspecto dejado que todos los combatientes llevaban por aquellos días, y en su cuello tiene anudado un pañuelo de seda blanca. Sus manos son finas, perfectamente cuidadas, era evidente que hacía poco que se había hecho la manicura.
Recuerda que pensó que estaban hechas más para tocar el piano que para empuñar una espada. Sobre su guerrera sucia y deshilachada cuelga un escapulario con una imagen de la Virgen.
Sin saber bien el motivo, le coge la imagen y se la guarda. Podía haberle robado el reloj, que era lo normal, o registrarle la ropa en busca de algún anillo o pertenencia más valiosa, pero se conforma con la estampa. Hans, a pesar de haber sido educado en el catolicismo, hacía muchos años que no pisaba una iglesia, desde que había ingresado en el Partido Comunista Alemán en 1932, pero aquel cadáver, aquella imagen, y todo el horror de muerte y destrucción vivido aquellos días en Belchite, le hizo revivir recuerdos y sensaciones de su infancia que creía olvidados. Desde entonces, nunca más se separará de ella. Cuando muere en 1970, en la República Democrática Alemana, es enterrado con ella.”
Y ya está. Hoy no escribiré nada más.
miércoles, octubre 24, 2007
El País ha sacado un reloj
El domingo por la noche le comento a mi madre:
-¿Has visto el nuevo El País?
-No...
-Yo lo hojeé.
-¿Y?
-Fotos grandes, muchos blancos... Conceptos de diseño que ya tienen un tiempo. Regalaban un reloj de pulsera.
-A ver, enséñamelo.
-No, Patxi compró el diario..., no yo.
-No, el reloj.
-Lo tiene Patxi. Un reloj de pulsera corriente y moliente, con publicidad.
Interviene mi padre:
-¿Qué, que regalaban un reloj con el periódico y no lo has comprado?
-No, yo sólo quería ver el periódico.
-¿Has visto el nuevo El País?
-No...
-Yo lo hojeé.
-¿Y?
-Fotos grandes, muchos blancos... Conceptos de diseño que ya tienen un tiempo. Regalaban un reloj de pulsera.
-A ver, enséñamelo.
-No, Patxi compró el diario..., no yo.
-No, el reloj.
-Lo tiene Patxi. Un reloj de pulsera corriente y moliente, con publicidad.
Interviene mi padre:
-¿Qué, que regalaban un reloj con el periódico y no lo has comprado?
-No, yo sólo quería ver el periódico.
Disfraz de modernillo
Me disfrazo de modernillo (gafas de pasta, camiseta de rayas, pantalón de tela gris y corte como de patinar en skate, MP3 de 15 gramos...) y salgo al mundo silbando una de Scissor Sisters, dispuesto a comprar un café para amanerados. Un paseo corto, hasta la lujosa tienda de café de la Plaza de Guipúzcoa. ¡Esto es San Sebastián!
-Buenas tardes, quiero 400 gramos, 350 de la mezcla de la casa y 50 gramos de torrefacto. ¿Lo mueles, por favor?
-¿Para qué cafetera? -pregunta solícita la dependienta.
-Italiana.
-Y también quiero un puñado de granos de café -tiro como de pasada.
-Llegas retrasado -me sonríe.
Miro el reloj del local, faltan cinco minutos para las ocho. Cierran a las ocho, así que...
-¿Cómo? Pero si aún no son las ocho.
-No, para el pacharán. La gente empieza con los granos de café para echar al pacharán en agosto y la mayoría viene en septiembre.
Y yo, como siempre, en el vagón de cola (ya me lo decía mi padre), en octubre.
-Sí..., es que es un pacharán pirenaico, de altura, madura más tarde -improviso.
Ella sonríe.
Y mi disfraz de modernillo se ha ido a tomar por saco.
P.D.: La imagen de los pacharanes, endrinas o arañones es de Wikipedia.
-Buenas tardes, quiero 400 gramos, 350 de la mezcla de la casa y 50 gramos de torrefacto. ¿Lo mueles, por favor?
-¿Para qué cafetera? -pregunta solícita la dependienta.
-Italiana.
-Y también quiero un puñado de granos de café -tiro como de pasada.
-Llegas retrasado -me sonríe.
Miro el reloj del local, faltan cinco minutos para las ocho. Cierran a las ocho, así que...
-¿Cómo? Pero si aún no son las ocho.
-No, para el pacharán. La gente empieza con los granos de café para echar al pacharán en agosto y la mayoría viene en septiembre.
Y yo, como siempre, en el vagón de cola (ya me lo decía mi padre), en octubre.
-Sí..., es que es un pacharán pirenaico, de altura, madura más tarde -improviso.
Ella sonríe.
Y mi disfraz de modernillo se ha ido a tomar por saco.
P.D.: La imagen de los pacharanes, endrinas o arañones es de Wikipedia.
martes, octubre 23, 2007
Portadas de disco
El domingo subimos Sastarri (986 m, creo...) y también entramos en Sastarri, porque el mismo nombre sirve para la cima y para la cueva con laguito (qué poder misterioso guardan las cuevas que despiertan al famoso niñoquellevamosdentro).
No muestro las fotografías de la cueva con Lurdes y con Patxi arrastrándose por una gatera... A cambio, ofrezco dos portadas de disco: una para musiquilla New Age, el espejo de Lareo; la otra, en la cima de Sastarri, para la versión montañera (y del siglo XXI) de Romina y Albano.
sábado, octubre 20, 2007
Tiempo fotográfico
Ayer caminé unos 25 km por montañas, sobre todo por bosques. Hoy examino las fotografías de ayer. Y encuentro el buzón de Ulizar, la fuente de Uli, la entrada en Gaztelu y hasta una geométrica flor de la pasión -o maracuyá-. (Hay, cómo no, un surtido de setas: ilarrakas, edulis, pezizas…).
Pero falta una fotografía. Una imagen que, si me pongo a pensar, estaba anunciada. Al mediodía bajaba de Gaztelu a Tolosa por una GR marcada con pintura blanca y amarilla. Una ruta que, curiosamente, enlaza por los cementerios: de Gaztelu a Leaburu, después en Ibarra se ve el cementerio, pero no se pasa por él.
En la salida de Leaburu, me atacó un doberman. Lo vi venir con una seguidilla de perros paticortos, los típicos bullangueros de caserío. Me entró una ilógica confianza porque no invadía terreno privado. Me detuve y, en un segundo, me coloqué en posición de bateador con los bastoncillos telescópicos que acababa de recoger. El doberman corrió unos cincuenta metros hacia mí… Y se detuvo a tres o cuatro metros en una frenada algo ridícula. La dueña del doberman, y de la jauría ladradora, se encontró con esa imagen: su perro mordedor raspando el culo en frenada, como si tuviera lombrices; el montañero en posición de bateador. (¡Lastima de fotografía!). Ella gritó, y el doberman arrugó el hocico, enseñó la dentadura (impecable) y me dejó el paso libre.
Una revuelta más allá, el camino me empujaba a una carretera menor. Allí vi un perro negro de mil leches, con andares despreocupados de perro joven. Ya no era cachorro pero algo le quedaba… Poco, en realidad, porque apareció un coche veloz y lo atropelló. El perro hizo un ruido de nuez reventada dentro de un trapo, un CROC amortiguado, un GROG. El coche aminoró su marcha unos metros, luego aceleró y desapareció.
Un reguero de sangre descendía por el asfalto. El coche le había golpeado en la cabeza y le había sacado un ojo. El perro muerto conservaba el calor de los vivos y esa flexibilidad en los músculos que se resistían cuando lo pateé para sacarlo de la carretera. (Odio las alfombras de piel y vísceras de las carreteras).
Bien, horas después comprendí que no tomé la fotografía del perro muerto. Y hubiese sido una imagen impactante. Horas después escribo, no pretendo ser impactante. La escritura y la fotografía tienen tiempos muy diferentes. Y yo soy un hombre lento, por más que esperara al doberman.
Pero falta una fotografía. Una imagen que, si me pongo a pensar, estaba anunciada. Al mediodía bajaba de Gaztelu a Tolosa por una GR marcada con pintura blanca y amarilla. Una ruta que, curiosamente, enlaza por los cementerios: de Gaztelu a Leaburu, después en Ibarra se ve el cementerio, pero no se pasa por él.
En la salida de Leaburu, me atacó un doberman. Lo vi venir con una seguidilla de perros paticortos, los típicos bullangueros de caserío. Me entró una ilógica confianza porque no invadía terreno privado. Me detuve y, en un segundo, me coloqué en posición de bateador con los bastoncillos telescópicos que acababa de recoger. El doberman corrió unos cincuenta metros hacia mí… Y se detuvo a tres o cuatro metros en una frenada algo ridícula. La dueña del doberman, y de la jauría ladradora, se encontró con esa imagen: su perro mordedor raspando el culo en frenada, como si tuviera lombrices; el montañero en posición de bateador. (¡Lastima de fotografía!). Ella gritó, y el doberman arrugó el hocico, enseñó la dentadura (impecable) y me dejó el paso libre.
Una revuelta más allá, el camino me empujaba a una carretera menor. Allí vi un perro negro de mil leches, con andares despreocupados de perro joven. Ya no era cachorro pero algo le quedaba… Poco, en realidad, porque apareció un coche veloz y lo atropelló. El perro hizo un ruido de nuez reventada dentro de un trapo, un CROC amortiguado, un GROG. El coche aminoró su marcha unos metros, luego aceleró y desapareció.
Un reguero de sangre descendía por el asfalto. El coche le había golpeado en la cabeza y le había sacado un ojo. El perro muerto conservaba el calor de los vivos y esa flexibilidad en los músculos que se resistían cuando lo pateé para sacarlo de la carretera. (Odio las alfombras de piel y vísceras de las carreteras).
Bien, horas después comprendí que no tomé la fotografía del perro muerto. Y hubiese sido una imagen impactante. Horas después escribo, no pretendo ser impactante. La escritura y la fotografía tienen tiempos muy diferentes. Y yo soy un hombre lento, por más que esperara al doberman.
martes, octubre 16, 2007
Esencias de otoño
Es otoño y domingo, y lo aprovechamos. Lurdes, Lurdes (no es un bis despistado), Enma, Álvaro, Patxi y yo. Esta vez llevábamos hasta una perra (a la que no se puede llamar "perra" ni "bicho", porque se llama Sorgi y, sobre todo, porque Enma, la dueña, vigila con celo nuestras palabras).
La cosecha enorme fue de trompetas de la muerte (Craterellus cornucopioides); además, recogimos: urretxas (Russula cyanoxantha), coprinos (Coprinus comatus), un par de hongos (Boletus edulis)... -Se me pega la lengua al paladar con estos latinajos-.
La luz sigue aliada con nuestras marchas montañeras. Los hayedos están en lo mejor del año.
Pirineos (luminoso)
Fue el sábado, en Pirineos. Ángel, Imanol y yo subimos al Anayet (2.570) (fotografía 1). Anayet es una de esas montañas dobles, a la carta: tiene "Pico", un colmillo muy atractivo, con algún paso que invita a mirar hacia el vacío; y tiene al lado un fácil "vértice" (fotografía 2), un poco más alto, donde ascienden los que padecen vértigo.
Subimos el Pico. Luego descendimos por una ruta algo abandonada, donde encontramos una cascada.
Y, al final, hasta recogimos escaramujos (o, como dirían en Andalucía: tapaculos).
P.D.: Las imágenes merecen un "clic", para verlas a lo grande.
jueves, octubre 11, 2007
Martes boscoso (y Su Majestad Edulis I de Ángel)
La finca de Artikutza es una propiedad del Ayuntamiento de San Sebastián en territorio navarro, algo paradójico, un sí pero no, para la acción depredadora del Robasetas. Un circo de modestas montañas cuajadas de hayas (también, abetos, pinos, robles, acebos, castaños, alisos...) que, ladera abajo, desaguan en el viejo embalse de Artikutza, aquel que alimentaba San Sebastián cuando éramos menos sedientos.
El martes, Ángel y yo hicimos una "descubierta" (reconocimiento del estado micológico en cuestión de la zona). Abundaban las rúsulas no comestibles y las amanitas (pero escaseaban las que esperaba recoger a espuertas: las urretxas). A cambio, disfrutamos de la soledad otoñal de los bosques, un buen puñado de zizas, algunas gamuzas... ¡y el regalo de los primeros hongos (Boletus edulis)!
Desde ya, proclamo, los siguientes Boletus merecen el tratamiento de "Majestad": aéreus, edulis, pinícola y aestivalis.
Ejemplo: Su Majestad Edulis I de Ángel (víd. imagen).
Sí, he escrito "Majestad"..., y lo hago sin renegar de mi republicanismo.
He disfrutado con Ronda nocturna, de Mijaíl Kuráyev (Leningrado, 1939). Ofrece un punto de vista peculiar del sistema comunista en la URSS: el de uno de esos guardianes que, pasado el tiempo, mira hacia atrás y dedica toda una noche a la charleta, al relato de su anecdotario como represor, a sus dudas, al canto de los ruiseñores... Todo se sucede en una Leningrado de memoria, en una sucesión de noches blancas pretéritas.
Es uno de esos libros publicado cuando se abrió la mano de la censura en la URSS, en 1988. Hoy, probablemente, Kuráyev pase sin demasiada gloria en Rusia. Es, como otros de su tiempo (Dovlátov, Petrushévskaia, Makanin...), un anacronismo.
Y me encantan los anacronismos rusos.
Espero con ganas las dos próximas novelas de Kuráyev que anuncia la editorial Acantilado.
P.D.: Para los más vagos en la lectura, Ronda nocturna tiene 111 páginas y la letra no es diminuta.
Es uno de esos libros publicado cuando se abrió la mano de la censura en la URSS, en 1988. Hoy, probablemente, Kuráyev pase sin demasiada gloria en Rusia. Es, como otros de su tiempo (Dovlátov, Petrushévskaia, Makanin...), un anacronismo.
Y me encantan los anacronismos rusos.
Espero con ganas las dos próximas novelas de Kuráyev que anuncia la editorial Acantilado.
P.D.: Para los más vagos en la lectura, Ronda nocturna tiene 111 páginas y la letra no es diminuta.
lunes, octubre 08, 2007
Imágenes del domingo 7 de octubre
1. Allí olía a tomillo (no hace falta un clic sobre la imagen para ver cómo Majo se lleva las plantas aromáticas a la nariz. Lurdes y Patxi parece que se inclinan para adorar los tomillos).
2. ¿Qué tienen los cortados de la foz de Arbayún que provocan la contemplación?
3. Estreno de un hornillo para cocinar las setas in situ. (Patxi, nuestro químico de confianza, lee las instrucciones de uso).
P.D.: Zizas en la bandeja (invitados: lepiota, rovellón, pie azul…). Las he comido hoy mismo, lunes; paella de setas.
sábado, octubre 06, 2007
El cansancio es un estado de ánimo
¿Estás cansado?
Y sabías que, aunque me muriera allí mismo, lo negaría; que caería como uno de esos caballos indios de película, muerto. Me podían pintar lunares, pero nunca reconocería la fatiga. Y tú seguías caminando, y sólo morían los tábanos bajo el latigazo de nuestras camisetas. A veces era una cachetada satisfecha. Y el tábano quedaba desmayado, no muerto, y en el suelo le hincabas el palo. ¡Zaca! Siempre caminaste con un palo por el monte, una vara de olmo. Yo sólo usaba una ramita insignificante, intentando en vano despejar de telarañas los pasos entre aulagas, enebros, chaparros, zarzas y escaramujos.
Era verano. A veces, por el rabillo del ojo, te veía sonreír, y hasta adivinaba la palabra antes de que me la dijeras. (Zahorí de palabras con mi ramita). Sé que muchas veces la pensaste sin decírmela.
Sí, ahora sé también que no entrenabas mis piernas, no. Era otra cosa.
No me importaba el calor, ni ése que helaba la nuca y pintaba estrellas a la hora de la siesta; no me importaba el escozor de los ojos por el sudor; despreciaba las aulagas, los chaparros y otras plantas espinosas cuando me abrían la piel de las piernas... Pero nunca soporté las telarañas sobre las rodillas y los muslos, eso sí me ponía muy nervioso, y aquellas bolitas de seda de araña con insectos momificados. Por eso caminaba con una ramita por delante, abriendo la senda al estilo de los exploradores de película en la jungla. Y aún hoy, tantos años después, comprendo que las telarañas siguen en mis piernas empapadas de sudor y abiertas de heridas, con aquellas postillas que parecían hilo cosido sobre la tela de mi piel.
Sí, tenía piernas de promesa. Ésa era la palabra: promesa.
jueves, octubre 04, 2007
Cather y el azafrán
Termino de leer Para mayores de cuarenta, de Cather, el libro de ensayos (a mitad de camino entre la crítica literaria y el perfil) a propósito de literatos y literatura de un tiempo perdido (o ganado) anterior a las grandes guerras de la primera mitad del siglo XX. Antonio me ha dejado el libro, aunque soy menor de 40. Quizá he pasado el filtro porque leo y reconozco los azafranes silvestres.
Sí, yo hubiera cambiado la portada del libro de Cather, hubiera colocado una imagen de azafranes silvestres, flores de otoño. Sabores de otro tiempo.
Actividades de riesgo
APPLE INC. LICENCIA DE SOFTWARE PARA MAC OS X PARA UN ÚNICO USUARIO
El apartado 2.c) de “Usos permitidos y restricciones de la licencia” cambia de minúsculas a mayúsculas para amenazar: “EL SOFTWARE APPLE NO ESTÁ DESTINADO A SER UTILIZADO EN ACTIVIDADES DE PLANTAS NUCLEARES, NAVEGACIÓN AÉREA, SISTEMAS DE COMUNICACIÓN, MÁQUINAS PARA EL CONTROL DEL TRÁFICO AÉREO, INSTALACIONES HOSPITALARIAS U OTROS EQUIPOS EN LOS QUE UN FALLO DEL SOFTWARE APPLE PODRÍA CAUSAR LA MUERTE, DAÑOS PERSONALES GRAVES O SERIOS DAÑOS AL MEDIO AMBIENTE.”
(¡Glup!, yo creía que simplemente escribía o me comunicaba con mi computadora/ordenador. Estoy jugando con fuego, me temo).
En las imágenes aparece Majo, que tomó los bastoncillos telescópicos y emprendió actividades de riesgo montaraces en Balerdi (1.195) y Artubi (1.262) el pasado martes.
P.D.: Merece la pena hacer clic sobre las fotografías.
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