Clic aquí.
Esto se lo debo al gran J.
Y ahora vuelvo a lo mío: "Ale Alejandro, Ale Alejandro..."
jueves, septiembre 30, 2010
miércoles, septiembre 29, 2010
De Satrústegui a Satrústegui pasando por Satrústegui y Satrústegui
El domingo, Asun, Pilar y yo salimos de Satrústegui (pueblo) y empezamos a recoger pacharanes (arañones, endrinas). Cedimos ante la tentación de los regalos de la naturaleza. Este septiembre que termina es el del pacharán; en buena parte de la Navara húmeda hace casi veinte años que no veía los endrinos así de cargados.
Lo malo de recoger mucho pacharán en el valle es que luego lo tienes que subir monte arriba. Subimos a Satrústegui (collado) y desde allí, cebada la ilusión con las posibilidades micológicas del valle de Ollo, descendimos al valle. Recogimos más pacharán. Almorzamos y ascendimos al monte señalizado como Satrústegui en el buzón, que en realidad es Idoitxiki (1.272).
En la fotografía de Pilar, se ve el tramo de El Cascajal previo a la cima de Idoitxiki, con Txurregi y parte del valle de Ollo al fondo.
En la cresta, el viento del norte empujaba con volteretas, azotaba caprichosamente lo pasos y se hacía muy incómodo caminar. Descendimos por el camino compartido hacia Irañeta y Ihabar, hasta que tomamos la opción de Ihabar. Más pacharanes.
De vuelta en Satrústegui (pueblo) teníamos en las bolsas más pacharanes de los que sospechábamos (esto se comprobó al día siguiente, al embotellarlos con anís), teníamos también las primeras setas de cardo de la temporada, y ganas de tomar algo caliente. En el Berekoetxea de Gorriti cayeron dos caldos, un café y una discusión. La discusión llego a apuntar si deberían prohibirse los concursos de mises; esto, dicho así, suena extremo, pero la idea es hasta qué punto esos concursos ofenden la imagen de la mujer o premian algo que no se conquista con esfuerzo (la belleza), o son un digno trampolín profesional.
Lo malo de recoger mucho pacharán en el valle es que luego lo tienes que subir monte arriba. Subimos a Satrústegui (collado) y desde allí, cebada la ilusión con las posibilidades micológicas del valle de Ollo, descendimos al valle. Recogimos más pacharán. Almorzamos y ascendimos al monte señalizado como Satrústegui en el buzón, que en realidad es Idoitxiki (1.272).
En la fotografía de Pilar, se ve el tramo de El Cascajal previo a la cima de Idoitxiki, con Txurregi y parte del valle de Ollo al fondo.
En la cresta, el viento del norte empujaba con volteretas, azotaba caprichosamente lo pasos y se hacía muy incómodo caminar. Descendimos por el camino compartido hacia Irañeta y Ihabar, hasta que tomamos la opción de Ihabar. Más pacharanes.
De vuelta en Satrústegui (pueblo) teníamos en las bolsas más pacharanes de los que sospechábamos (esto se comprobó al día siguiente, al embotellarlos con anís), teníamos también las primeras setas de cardo de la temporada, y ganas de tomar algo caliente. En el Berekoetxea de Gorriti cayeron dos caldos, un café y una discusión. La discusión llego a apuntar si deberían prohibirse los concursos de mises; esto, dicho así, suena extremo, pero la idea es hasta qué punto esos concursos ofenden la imagen de la mujer o premian algo que no se conquista con esfuerzo (la belleza), o son un digno trampolín profesional.
martes, septiembre 28, 2010
Prosópitos otoñales
No llegan a ni a propósitos. Como en el otoño boreal quien más quien menos se compra un cuaderno nuevo, se apunta en alguna academia para saludar a los compañeros de la clase en un idioma extranjero, o va dos veces al gimnasio antes de aceptar la blandura de sus carnes..., yo he decidido emprender cuatro prosópitos otoñales.
1. Aprender una buena parte de una canción en inglés. He escogido una que sonó tres veces ayer en la radio durante el viaje de una hora en autobús desde Pamplona a San Sebastián. Sospecho que se titula Alejandro, es de Lady Gaga y la parte que he aprendido dice así: "Ale Alejandro".
Intentaré no olvidarla. Por cierto, el vídeo me recuerda demasiado a la estética de los malos de Hellboy.
2. Me he propuesto recolectar este año Lepista luscina. En otoño, año tras año, incorporo alguna especie de seta ya conocida a las cocinillas habituales.
3. Contendré los juicios extremistas que hago de algunas lecturas. Ejemplo: "Esta novela es una mierda". Vuelvo a ejemplificar: acabo de leer Carta a D. Historia de un amor, de André Gorz. Y, como estoy dentro de los márgenes otoñales del prosópito, ya no diré a nadie que este texto me parece un ejemplo de egoísmo disfrazado de reconocimiento. Manejo la edición de Paidós de 2009, la original es de 2006. En la contraportada del libro aparece la cita que coincide con las primeras líneas del libro:
"Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivinmos juntos y te amo más que nunca. Te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos".
Bien, por más que se corrija con el plural "hemos vivido juntos", en el fondo y en la mayor parte de las superficie de las páginas que siguen, encuentro a una especie de egoísta irredento, alguien que quiere saldar una deuda y redimensionar la maravillosa imagen de su mujer, pero no lo termina de conseguir porque su ego pesa demasiado. (Ese "deseable" de la cita ya me marcaba el yo enorme).
4. Me afeitaré la barba y luciré con hombría las marcas alámbricas de la ardillita, perdón, del jabalí.
1. Aprender una buena parte de una canción en inglés. He escogido una que sonó tres veces ayer en la radio durante el viaje de una hora en autobús desde Pamplona a San Sebastián. Sospecho que se titula Alejandro, es de Lady Gaga y la parte que he aprendido dice así: "Ale Alejandro".
Intentaré no olvidarla. Por cierto, el vídeo me recuerda demasiado a la estética de los malos de Hellboy.
2. Me he propuesto recolectar este año Lepista luscina. En otoño, año tras año, incorporo alguna especie de seta ya conocida a las cocinillas habituales.
3. Contendré los juicios extremistas que hago de algunas lecturas. Ejemplo: "Esta novela es una mierda". Vuelvo a ejemplificar: acabo de leer Carta a D. Historia de un amor, de André Gorz. Y, como estoy dentro de los márgenes otoñales del prosópito, ya no diré a nadie que este texto me parece un ejemplo de egoísmo disfrazado de reconocimiento. Manejo la edición de Paidós de 2009, la original es de 2006. En la contraportada del libro aparece la cita que coincide con las primeras líneas del libro:
"Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivinmos juntos y te amo más que nunca. Te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos".
Bien, por más que se corrija con el plural "hemos vivido juntos", en el fondo y en la mayor parte de las superficie de las páginas que siguen, encuentro a una especie de egoísta irredento, alguien que quiere saldar una deuda y redimensionar la maravillosa imagen de su mujer, pero no lo termina de conseguir porque su ego pesa demasiado. (Ese "deseable" de la cita ya me marcaba el yo enorme).
4. Me afeitaré la barba y luciré con hombría las marcas alámbricas de la ardillita, perdón, del jabalí.
martes, septiembre 21, 2010
Urriellu
Resulta que yo, en mi ignorancia, dudaba entre "Naranco" o "Naranjo" (de Bulnes) y ahora me encuentro con la campaña pro "Picu Urriellu".
Javi Urrutia lo explica así en Mendikat :
"El nombre de "Naranjo de Bulnes" ha sido y sigue siendo origen de controversias. El geólogo, Guillermo Schulz Schweizer, en el siglo XIX estudia Asturias y los picos de Europa. Como resultado de sus investigaciones elabora algunos mapas topográficos y geológicos. En sus planos, por vez primera (1855) aparece citado el Picu Urriellu con la denominación de Naranjo de Bulnes, dentro del macizo que los naturales denominan "Urrielles". El origen de los topónimos Urriellu y Urrielles no está claro salvo su naturaleza prerrománica, posiblemente eusquérica.
Por qué me llamáis Naranjo, si naranjas no puedo dar
que me llamen Picu Urriellu que es mi nombre natural."
Me divierten estos juegos de nombres, qué le voy a hacer, y sé que no se entiende bien mi divertimento, porque mucha gente apuesta por una palabra y, simultáneamente, rechaza "la otra" y a quien la usa. De esto, por ejemplo, los guipuzcoanos de Gipuzkoa sabemos un güevo huevo.
De todas maneras, queda claro que hablo de una de tantas manías que se reavivó este largo fin de semana en Picos de Europa, cuando, en realidad, fueron días de consensos: las croquetas de cabrales (devoradas jueves, viernes y domingo) funcionan bien las llames como las llames. Y la sidra asturiana. Debería escribir de eso... Pero a menudo me dan estos prontos de friqui. Porque algo de tarado tiene divertirse en la subida montañera desde Poncebos hasta el refugio Urriellu, 1.700 de subida, ¡hala!, por calizas, con una humedad que nos hizo sudar a chorros. Sí, eso fue el sábado y me temo que éramos un equipo de fútbol de friquis: Asun, Diana, Elena, Koro, Lourdes, Pilar, Susana, Álvaro, Ángel, Imanol C. y yo.
Y tan a gusticu, oye. O tan a gustiño, que estamos muy agradecidos a Diana, que lo organizó todo.
P.D.: La fotografía es de Ángel.
miércoles, septiembre 15, 2010
Viernes, Baciás: "subida". Sábado, Midi Ossau: "ascensión"
Viernes 10 de septiembre.
La subida a Baciás (2.758) desde el balneario de Panticosa (1.636) es de las que hacen afición montañera: llevadera, con un punto de exigencia, granítica y con hermosos paisajes que se abren poco a poco. Además, en este septiembre, los primeros trescientos metros de desnivel parecen sembrados de arándanos. Muy ricos.
La imagen no es del Baciás. J. jugaba con la cámara y con la luz en la bajada, y ahí tenéis el ibón embalsado de Brazato. Al fondo, más bien a la izquierda, la cima doble de Brazato (2.731, el de la derecha es más arisco, más rocoso), y un poco a la derecha del montañero se ve el Serrato o Tablato Piniecho (2.701), una montaña preciosa para ascender con algo de nieve.
"Subir" o "ascender". A veces dudo en la elección... Hoy no.
Sábado 11 de septiembre, cumpleaños de Juan de la Cruz Martínez Pérez.
J. y yo disfrutamos la ascensión a Midi Ossau (2.884) en un día luminoso desde el aparcamiento de Anéou, y salvamos con agilidad (sin cuerdas) las tres chimeneas de la vía normal.
(Ojo, el señor con casco que posa sin saber que posa, salvada la segunda chimenea, es un extra fotográfico).
En la cima, poco después del mediodía, cantaban a coro unos franceses, almorzábamos la mayoría, se ponía la gomita del pelo la chica de la imagen... (y ahí estaba J. al más puro estilo captador de instantes Cartier Bresson).
Una montaña torre como el Midi casi siempre invita a la contemplación. Sobre todo con el horizonte despejado.
Y a mí siempre me apena un poco abandonar esa altura.
Descendimos más rápido de lo que ascendimos. Y me acordé de otros muchos con los que ascendí a esta montaña: mirad, mirad a algunos.
P.D.: Las tres fotografías son de J.
La subida a Baciás (2.758) desde el balneario de Panticosa (1.636) es de las que hacen afición montañera: llevadera, con un punto de exigencia, granítica y con hermosos paisajes que se abren poco a poco. Además, en este septiembre, los primeros trescientos metros de desnivel parecen sembrados de arándanos. Muy ricos.
La imagen no es del Baciás. J. jugaba con la cámara y con la luz en la bajada, y ahí tenéis el ibón embalsado de Brazato. Al fondo, más bien a la izquierda, la cima doble de Brazato (2.731, el de la derecha es más arisco, más rocoso), y un poco a la derecha del montañero se ve el Serrato o Tablato Piniecho (2.701), una montaña preciosa para ascender con algo de nieve.
"Subir" o "ascender". A veces dudo en la elección... Hoy no.
Sábado 11 de septiembre, cumpleaños de Juan de la Cruz Martínez Pérez.
J. y yo disfrutamos la ascensión a Midi Ossau (2.884) en un día luminoso desde el aparcamiento de Anéou, y salvamos con agilidad (sin cuerdas) las tres chimeneas de la vía normal.
(Ojo, el señor con casco que posa sin saber que posa, salvada la segunda chimenea, es un extra fotográfico).
En la cima, poco después del mediodía, cantaban a coro unos franceses, almorzábamos la mayoría, se ponía la gomita del pelo la chica de la imagen... (y ahí estaba J. al más puro estilo captador de instantes Cartier Bresson).
Una montaña torre como el Midi casi siempre invita a la contemplación. Sobre todo con el horizonte despejado.
Y a mí siempre me apena un poco abandonar esa altura.
Descendimos más rápido de lo que ascendimos. Y me acordé de otros muchos con los que ascendí a esta montaña: mirad, mirad a algunos.
P.D.: Las tres fotografías son de J.
lunes, septiembre 13, 2010
La bajada acaba
Y me he quedado tan ancho en el título con tanta a.
La bajada de fotografías que han llegado poco a poco de la ascensión y bajada de Balaitús.
Traigo tres por motivos diversos.
Asun en la brecha (Latour), escoltada por Álvaro. Detrás, las paredes de Cristales. Al fondo, muy al fondo, se ve Vignemale. (La fotografía es de Ángel).
Me encanta cómo se ven los ibones de Arriel desde la Gran Diagonal. Ese azul... (La fotografía es de Álvaro).
La cabra (o el cabrón, si os fijáis bien) tira al monte. (La fotografía es de Ángel).
La bajada de fotografías que han llegado poco a poco de la ascensión y bajada de Balaitús.
Traigo tres por motivos diversos.
Asun en la brecha (Latour), escoltada por Álvaro. Detrás, las paredes de Cristales. Al fondo, muy al fondo, se ve Vignemale. (La fotografía es de Ángel).
Me encanta cómo se ven los ibones de Arriel desde la Gran Diagonal. Ese azul... (La fotografía es de Álvaro).
La cabra (o el cabrón, si os fijáis bien) tira al monte. (La fotografía es de Ángel).
jueves, septiembre 09, 2010
¡Que está en rojo!
Otra manía de tiempos nerviosos consiste en odiar a quienes no respetan los semáforos en rojo. Es un odio ferviente de peatones hacia los conductores que aceleran desde lejos, cuando ven el ámbar, y pasan dos o tres segundos después de que haya cambiado a rojo. Esos dos o tres segundos son anteriores a la aparición luminosa del señor verde y anteriores, por tanto, al primer paso del peatón en el paso de cebra. ¡Pero cómo fastidian al peatón esos segundos robados en rojo!
Y por las calles pasean tipos disimuladamente atentos, sin autoridad, pero que vigilan los semáforos. Sólo algunas veces se les escapa: “¡Otro cabrón que se ha pasado el rojo…!”. O: "¿Estás loco! ¡Que está en rojo!".
Fijaos, incluso, alzan airados el dedo corazón en solitario.
Y por las calles pasean tipos disimuladamente atentos, sin autoridad, pero que vigilan los semáforos. Sólo algunas veces se les escapa: “¡Otro cabrón que se ha pasado el rojo…!”. O: "¿Estás loco! ¡Que está en rojo!".
Fijaos, incluso, alzan airados el dedo corazón en solitario.
lunes, septiembre 06, 2010
Balaitous
El sábado 4, Asun, Karmele, Lourdes, Álvaro, Ángel, Imanol C., Jesús y yo subimos de La Sarra (1.438 m) al refugio de Respumoso. El objetivo era ascender a Balaitous (3.146) y pernoctar en el refugio ayuda mucho porque, desde los 2.200 m de Respumoso, la cima de Balaitús está tan cerca...
El domingo 5 era el día perfecto. Emprendimos la marcha a las ocho y media de la mañana en mangas de camiseta. La subida tuvo el hito de la brecha Latour (2.945 m), que en este septiembre aparece sin nieve (apenas pisamos un poco de nieve en la aproximación a la brecha), descarnada y con mucho peligro cuando los imprudentes no vigilan sus pasos y dejan caer las piedras. En el último tramo, usamos la cinta que nos había prestado Patxi (el gran ausente). ¿Era necesario el despliegue de cinta? Bien, hay varias opiniones que lo explican. Ahí van dos:
-Sí, el tramo es expuesto y el vértigo juega malas pasadas, o, como escribe Óscar Gogorza en el número de agosto de la revista Desnivel, el miedo es un músculo.
-No, pero ya que cargué con la cinta en la mochila...
A las doce y cuarto celebrábamos la ascensión y, después del almuerzo con quesos y embutidos, Asun tomó esta fotografía (como las otras dos de esta entrada), donde manda el Midi, y donde los ojos más entrenados pueden ahora con un clic repasar una buena lista de montañas conocidas.
Pero hasta el rabo todo es toro (o ardillita). Nos quedaba la parte más dura del día, la bajada: más de 1.700 m de desnivel para regresar a La Sarra. Tomamos el camino de la Gran Diagonal.
Pasamos por el refugio de André Michaud y visitamos los ibones de Arriel. Cuando caímos a la GR11, a menos de una hora para terminar la jornada, a nuestros cuádriceps les daba ya lo mismo jota que fandango. Y en la meta, junto a las cervezas, compartimos la sensación de una jornada completa. Algo que permanecerá en la memoria.
P.D.: El penúltimo Balaitous.
El domingo 5 era el día perfecto. Emprendimos la marcha a las ocho y media de la mañana en mangas de camiseta. La subida tuvo el hito de la brecha Latour (2.945 m), que en este septiembre aparece sin nieve (apenas pisamos un poco de nieve en la aproximación a la brecha), descarnada y con mucho peligro cuando los imprudentes no vigilan sus pasos y dejan caer las piedras. En el último tramo, usamos la cinta que nos había prestado Patxi (el gran ausente). ¿Era necesario el despliegue de cinta? Bien, hay varias opiniones que lo explican. Ahí van dos:
-Sí, el tramo es expuesto y el vértigo juega malas pasadas, o, como escribe Óscar Gogorza en el número de agosto de la revista Desnivel, el miedo es un músculo.
-No, pero ya que cargué con la cinta en la mochila...
A las doce y cuarto celebrábamos la ascensión y, después del almuerzo con quesos y embutidos, Asun tomó esta fotografía (como las otras dos de esta entrada), donde manda el Midi, y donde los ojos más entrenados pueden ahora con un clic repasar una buena lista de montañas conocidas.
Pero hasta el rabo todo es toro (o ardillita). Nos quedaba la parte más dura del día, la bajada: más de 1.700 m de desnivel para regresar a La Sarra. Tomamos el camino de la Gran Diagonal.
Pasamos por el refugio de André Michaud y visitamos los ibones de Arriel. Cuando caímos a la GR11, a menos de una hora para terminar la jornada, a nuestros cuádriceps les daba ya lo mismo jota que fandango. Y en la meta, junto a las cervezas, compartimos la sensación de una jornada completa. Algo que permanecerá en la memoria.
P.D.: El penúltimo Balaitous.
jueves, septiembre 02, 2010
El contacto
Alguien me dijo que el contacto físico es imposible, que nos engañan los sentidos. Ese alguien no apelaba a Descartes, sino que se explicaba desde la física de lo pequeño y me contaba lo imposible del contacto real “a nivel atómico”. Quizá por aquel entonces comprendí que se me escapaba lo pequeño y lo grande (la eternidad…, Pina), y que medía lo pequeño o lo grande con un criterio que algunos llamarían antropológico, el cuento de Protágoras (aquel muchacho de Abdera): El hombre es la medida de todas las cosas.
Bien, se me hace difícil aceptar lo imposible del contacto físico en un abrazo, una de las medidas humanas más precisas. En mi desconfianza hacia lo que se escapa a mi tamaño, cuento también con muchas teorías que acepto de refilón sin comprender del todo (desde la teoría de la relatividad hasta esa necesidad de poner pepino en la ensalada). En fin, pensad en el origen del universo y os dará agarrará el vértigo, la fe o el sueño.
Reconozco que toda esta morcilla previa es fruto de un contacto físico que tuve el 31 de agosto, un contacto que a nivel atómico quizá fue imposible (¿sería pertinente hablar de lo molecular?). Asun, Pilar, Ángel y yo paseábamos en ascenso por la incómoda ladera noroeste de Balerdi, en el término de Bedaio, entonces vi una pareja de ardillas en el extremo de una pradera cerrada por un bosque. Madre e hija, pensé (no preguntéis por qué no pensé en padre e hijo). El Homo depredator que vive en mí salió a la carrera. La madre ardilla huyó al momento hacia un árbol; pero la hija ardilla, lenta y sin experiencia fugitiva, daba saltitos sin criterio. Enfoqué la mirada hacia la presa. Ahí debería haber desconfiado de lo que se escapaba a mi tamaño (la ardillita), pero sin necesidad de teorías me lancé hacia ella instintivamente y, cuando el golpe de mi zarpa la iba a capturar, un alambrado de púas (invisible en carrera) me detuvo en seco y por la cara. O sea: me quedé con la cara clavada en una línea de alambrado.
(Ahora podría despotricar un buen rato contra esas alambradas para cabras instaladas y abandonadas por cabrones).
¡Bieeen!, exclamaréis algunos, ya era hora de que las ardillas tomaran venganza de tanta persecución. Pero, enganchado por el rostro (y convencido por la lectura de los periódicos de que la crisis es oportunidad), empecé a comprender y ratificar varias cosas, quizá por este orden:
-La templanza de Pilar, Asun y Ángel, que me desclavaron.
-Que había arruinado el picnic imaginado para esa tarde con una botella de Uxmal y otra de Late Harvest (Concha y Toro).
-Que la medida del contacto físico seguirá siendo para mí la antropológica.
Después, pasado de pleno derecho a la generación del 2.0 (con un punto de hilo y otro de papel), Asun, Ángel y yo comimos salchichas y bebimos cervezas Salvátor en San Sebastián.
P.D.: Por cierto, si alguien me ve y os pregunta… Que dejé el jabalí destrozado en el cuerpo a cuerpo.
P.D.2: Y canturreo.
P.D.3: Y no penséis que lo de la ardilla es una cosa nueva...
Bien, se me hace difícil aceptar lo imposible del contacto físico en un abrazo, una de las medidas humanas más precisas. En mi desconfianza hacia lo que se escapa a mi tamaño, cuento también con muchas teorías que acepto de refilón sin comprender del todo (desde la teoría de la relatividad hasta esa necesidad de poner pepino en la ensalada). En fin, pensad en el origen del universo y os dará agarrará el vértigo, la fe o el sueño.
Reconozco que toda esta morcilla previa es fruto de un contacto físico que tuve el 31 de agosto, un contacto que a nivel atómico quizá fue imposible (¿sería pertinente hablar de lo molecular?). Asun, Pilar, Ángel y yo paseábamos en ascenso por la incómoda ladera noroeste de Balerdi, en el término de Bedaio, entonces vi una pareja de ardillas en el extremo de una pradera cerrada por un bosque. Madre e hija, pensé (no preguntéis por qué no pensé en padre e hijo). El Homo depredator que vive en mí salió a la carrera. La madre ardilla huyó al momento hacia un árbol; pero la hija ardilla, lenta y sin experiencia fugitiva, daba saltitos sin criterio. Enfoqué la mirada hacia la presa. Ahí debería haber desconfiado de lo que se escapaba a mi tamaño (la ardillita), pero sin necesidad de teorías me lancé hacia ella instintivamente y, cuando el golpe de mi zarpa la iba a capturar, un alambrado de púas (invisible en carrera) me detuvo en seco y por la cara. O sea: me quedé con la cara clavada en una línea de alambrado.
(Ahora podría despotricar un buen rato contra esas alambradas para cabras instaladas y abandonadas por cabrones).
¡Bieeen!, exclamaréis algunos, ya era hora de que las ardillas tomaran venganza de tanta persecución. Pero, enganchado por el rostro (y convencido por la lectura de los periódicos de que la crisis es oportunidad), empecé a comprender y ratificar varias cosas, quizá por este orden:
-La templanza de Pilar, Asun y Ángel, que me desclavaron.
-Que había arruinado el picnic imaginado para esa tarde con una botella de Uxmal y otra de Late Harvest (Concha y Toro).
-Que la medida del contacto físico seguirá siendo para mí la antropológica.
Después, pasado de pleno derecho a la generación del 2.0 (con un punto de hilo y otro de papel), Asun, Ángel y yo comimos salchichas y bebimos cervezas Salvátor en San Sebastián.
P.D.: Por cierto, si alguien me ve y os pregunta… Que dejé el jabalí destrozado en el cuerpo a cuerpo.
P.D.2: Y canturreo.
P.D.3: Y no penséis que lo de la ardilla es una cosa nueva...
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