Empezó a fotografiar con la cámara del teléfono parejas que caminaban por la calle de la mano. Coleccionaba las imágenes en formato digital, guardadas como si fueran sellos o monedas, hasta que empezó a especializarse en parejas que caminaban de la mano mirando cada uno a lugares diferentes, ensimismados. Parejas que aparentan ser todavía pareja. Dos que caminan agarrados pero solos. Imprimía esas imágenes, las ampliaba y encontraba retratado un proceso de vidas que se separan, aunque caminen con las manos trabadas.
Llegó a elegir parejas, a ponerles nombres, como había aprendido de los naturalistas que en los documentales ponen nombres de personas a los gorilas o a los guepardos, y que siguen sus andanzas como en una telenovela.
Ya conocía las rutas de sus paseantes y se apostaba para cazarlos al paso. Registraba la progresiva separación de algunas parejas. La tensión de los dedos sin sangre, la distancia de los brazos tendidos... "Un día se soltarán las manos", murmuraba mientras pulsaba el botón de la cámara. Y entonces... Esa foto del desprendimiento de las manos era el trofeo más valioso. Y a la espera de ese momento, el coleccionista, fotógrafo y cazador vaticinaba un desenlace vulgar: luego caminará cada uno por su lado, por esa acera en la que sospechan no encontrar al otro (entre ellos conocen bien sus manías de paseantes); tratarán de no coincidir, pero será tan inevitable como embarazoso encontrarse dos o tres veces al año en la ciudad; con los años, no hará falta ni saludarse cuando se crucen por la calle.
lunes, enero 31, 2011
lunes, enero 24, 2011
Hitos en Aralar: Uarrain, Malkorra, Gañeta
No me gusta poner las caras de los montañeros expuestas en la Red, por eso en esta entrada no citaré los nombres, para que cada quién busque a Tintín, a Federico o a Inés (Inesita Inés, dábales el aire, meneá-banse, meneá-banse...). Creo, además, que los disfraces de montañeros esta vez funcionan.
El domingo 23 de enero fue un día gélido, las cimas de Aralar estaban cubiertas de una cencellada que parecía nieve por encima de los 1.100 metros de altitud y en las zonas expuestas al viento del nordeste se sufría el rigor del frío (muy fatigoso). Ascendimos de Larraitz, por Aloña, hasta el collado de Irazusta. Y, desde allí, subimos a Uarrain con el propósito de seguir la línea de cimas hasta Beleku. Primero Malkorra (con almuerzo al socaire) y luego, con ánimos más templados, Gañeta.
Cambiamos a la ladera sudoeste y prescindimos de subir a Beleku para descansar del nordeste implacable. Bajamos al collado de Errekonta y volvimos a Larraitz por la senda de la vía normal a Ausa Gaztelu.
P.D.: Hubo chocolate caliente antes y después: en Tolosa y Lazkao.
Uarrain (1.346).
Malkorri (1.329). Con buzón nuevo desde 2009.
Botellas vacías de bebidas isotónicas.
Gañeta (1.323). Se aprecia el efecto isotónico.
El domingo 23 de enero fue un día gélido, las cimas de Aralar estaban cubiertas de una cencellada que parecía nieve por encima de los 1.100 metros de altitud y en las zonas expuestas al viento del nordeste se sufría el rigor del frío (muy fatigoso). Ascendimos de Larraitz, por Aloña, hasta el collado de Irazusta. Y, desde allí, subimos a Uarrain con el propósito de seguir la línea de cimas hasta Beleku. Primero Malkorra (con almuerzo al socaire) y luego, con ánimos más templados, Gañeta.
Cambiamos a la ladera sudoeste y prescindimos de subir a Beleku para descansar del nordeste implacable. Bajamos al collado de Errekonta y volvimos a Larraitz por la senda de la vía normal a Ausa Gaztelu.
P.D.: Hubo chocolate caliente antes y después: en Tolosa y Lazkao.
Uarrain (1.346).
Malkorri (1.329). Con buzón nuevo desde 2009.
Botellas vacías de bebidas isotónicas.
Gañeta (1.323). Se aprecia el efecto isotónico.
Lo que come el petirrojo
Me dirán los estreñidos que José Coronado y su anuncio de los yogures amablemente laxantes tienen los días contados. Me dirán los ornitólogos que los petirrojos son unos oportunistas y que se posan sobre boñigas calientes (en este caso de caballo) para darse una buena pitanza invernal con los insectos que sobrevuelan las bostas. Me dirán los animadores que eso es saber elevarse sobre un medio "hostil". Me dirán...
miércoles, enero 19, 2011
Olvidar, olvidar
Creo que los relatos ayudan a la gente a comprender su propia vida. Aunque también cabe la confusión. Antaño fue con las novelas, quizá pensáis en el ficticio Alonso Quijano, pero en el SXIX se discutía si las novelas (y los trenes) eran perjudiciales para las embarazadas. Llegó el cine y hubo más confundidos, aunque supongo que la confusión era parecida. Esto les pasó a nuestros padres. Cómo explicar, si no, el éxito del sobreactuado James Dean. También nos pasó a nosotros, la generación entre la sala de cine y la sala de estar (ante) la televisión, que vimos personajes buenos y malos perfilados en la televisión (reponían películas clásicas) y nos encontramos borrosos a los personajes en el cine (los malos eran malos, aunque tenían su puntillo; los que parecían buenos eran malos también; los buenos eran, sobre todo, raros: paradigmático en El bueno, el feo y el malo); y aún hoy lo mismo imitamos a Darth Vader diciendo aquello de "Soy tu padre..." que cantamos (políglotos) en una francachela las canciones de los dibujos animados de los años 70.
La vida se comprime en los relatos y, en el siglo XX, tras poco más de hora y media de película, el espectador salía del cine estimulado: su vida tenía que ser otra. Más trepidante, heroica... Si no llenábamos nuestra vida de acción, si no éramos héroes..., ¿qué podíamos ser? Al menos éramos memoriosos: recordábamos. Recordábamos hasta para ir al videoclub y repescar títulos.
Ahora viven más en teleseries (el prefijo tele empieza a sobrar) y en realities que se repiten en la televisión, y en la Red. La generación presente burla los límites temporales y se adelanta a los estrenos. Y ni siquiera los graban ni se esfuerzan demasiado por recordar, como todo está a su (nuestra) disposición en la Red, o en la Nube... La sala de estar (ante) el televisor o la pantalla del ordenador es el dormitorio, o la cocina. Pronto no llevarán ni esa especie de supositorios para la memoria que llamamos USB, o pendrives, o pinchos (qué ridículo). Todo será más descargable, más fácil de descartar, de olvidar.
P.D.: Y algunos padres imitarán a Darth Vader, pero tal vez preguntarán: ¿Eres mi hijo?
La vida se comprime en los relatos y, en el siglo XX, tras poco más de hora y media de película, el espectador salía del cine estimulado: su vida tenía que ser otra. Más trepidante, heroica... Si no llenábamos nuestra vida de acción, si no éramos héroes..., ¿qué podíamos ser? Al menos éramos memoriosos: recordábamos. Recordábamos hasta para ir al videoclub y repescar títulos.
Ahora viven más en teleseries (el prefijo tele empieza a sobrar) y en realities que se repiten en la televisión, y en la Red. La generación presente burla los límites temporales y se adelanta a los estrenos. Y ni siquiera los graban ni se esfuerzan demasiado por recordar, como todo está a su (nuestra) disposición en la Red, o en la Nube... La sala de estar (ante) el televisor o la pantalla del ordenador es el dormitorio, o la cocina. Pronto no llevarán ni esa especie de supositorios para la memoria que llamamos USB, o pendrives, o pinchos (qué ridículo). Todo será más descargable, más fácil de descartar, de olvidar.
P.D.: Y algunos padres imitarán a Darth Vader, pero tal vez preguntarán: ¿Eres mi hijo?
lunes, enero 17, 2011
Korttunga
Este fin de semana, Karmele, Asun , Jesús y yo disfrutamos de dos días sin nubes en Pirineos. El sábado subimos Kartxela, Barazea (Sardekagaina) y Casal Cotón, cumbre de blanco.
Cima de Kartxela (1.982).
Llegada a Barazea (1.893).
Pasamos la noche en Gabardito y el domingo partimos desde Guarrinza por la ruta que sube al Ibón de Acherito. Tomamos el desvío hacia el puerto de Palo y, en con el Lariste en lontananza, enfilamos hacia La Ralla o Larraille (2.146) por una cresta que obliga a poner las manos y que el viento sur golpeaba racheado.
Trepada final.
Ensimismados (ennuestrados), en la cima de La Ralla (2.146).
La Ralla, luminosa.
En esas estribaciones calizas, renunciamos al Mallo de Foyas y el Korttunga vino después, inevitable, ya que habíamos subido los Altos de Tamarón. El trago no fue duro. Entre los 2.100 y 2.200 m de altitud de esta zona de los Pirineos, se disfruta la alineación más vertical de Anie-Mesa-Petrechema-Gamuetas-Anzotiello… (mención especial para la proa del Chipeta), surgen las tentaciones cercanas del Castillo de Achert y el Bisaurín, y la brújula paisajística de Midi Ossau reorienta la nómina del horizonte tresmilero: Balaitús, Infiernos, Garmo Negro…
Cumbres para saborear. Cómo sabe el fruto del esfuerzo del Korttunga. El domingo fue con queso, jamón y chorizo.
P.D.: IK me recuerda un olvido en la alineación de campeonato: Acherito. Y tiene tanta razón... El domingo dudábamos: ¿La Ralla o Acherito? Al final subimos La Ralla y luego olvidé escribir Acherito. ¡Ay!
Cima de Kartxela (1.982).
Llegada a Barazea (1.893).
Pasamos la noche en Gabardito y el domingo partimos desde Guarrinza por la ruta que sube al Ibón de Acherito. Tomamos el desvío hacia el puerto de Palo y, en con el Lariste en lontananza, enfilamos hacia La Ralla o Larraille (2.146) por una cresta que obliga a poner las manos y que el viento sur golpeaba racheado.
Trepada final.
Ensimismados (ennuestrados), en la cima de La Ralla (2.146).
La Ralla, luminosa.
En esas estribaciones calizas, renunciamos al Mallo de Foyas y el Korttunga vino después, inevitable, ya que habíamos subido los Altos de Tamarón. El trago no fue duro. Entre los 2.100 y 2.200 m de altitud de esta zona de los Pirineos, se disfruta la alineación más vertical de Anie-Mesa-Petrechema-Gamuetas-Anzotiello… (mención especial para la proa del Chipeta), surgen las tentaciones cercanas del Castillo de Achert y el Bisaurín, y la brújula paisajística de Midi Ossau reorienta la nómina del horizonte tresmilero: Balaitús, Infiernos, Garmo Negro…
Cumbres para saborear. Cómo sabe el fruto del esfuerzo del Korttunga. El domingo fue con queso, jamón y chorizo.
P.D.: IK me recuerda un olvido en la alineación de campeonato: Acherito. Y tiene tanta razón... El domingo dudábamos: ¿La Ralla o Acherito? Al final subimos La Ralla y luego olvidé escribir Acherito. ¡Ay!
viernes, enero 14, 2011
Cocodrilos (y complicidades)
Una ahijada, un amigo padre y un cocodrilo; y el guiño cómplice (para el amigo padre) con la letra de la canción de Melingo, Mano cruel:
Porque en el bolsillo tiene un cocodrilo
no se atreve nunca a sacar un sope
mano cruel que cuida las bocas del grilo
y no garpa un feca ni fresco ni en dope.
P.D.: Un abrazo, Pato.
martes, enero 11, 2011
A paso de peregrino
La Cruz de Ferro, y la carretera helada. Día 3 de enero.
Pronto amanecerá en Portomarín, sobre el embalse de Belesar. Día 7 de enero.
Siempre hay una foto de un hórreo de camino a Santiago. Ésta es del amanecer del 9 de enero, en Sampaio.
Después de las lluvias, bajaron las aguas y quedaron las hojas. Día 9 de enero, muy cerca de Lavacolla.
Pronto amanecerá en Portomarín, sobre el embalse de Belesar. Día 7 de enero.
Siempre hay una foto de un hórreo de camino a Santiago. Ésta es del amanecer del 9 de enero, en Sampaio.
Después de las lluvias, bajaron las aguas y quedaron las hojas. Día 9 de enero, muy cerca de Lavacolla.
Bajo las aguas
Arroyo (supuestamente camino) de Santiago, km 103,5, poco antes de Peruscallo, Lugo.
El 4 de enero caminaba desde Ponferrada hasta algún lugar del Camino de Santiago, no sabía bien hasta dónde. Llovía, y cuando llueve todo es más incómodo para andar. Pero yo iba bien pertrechado, y con autosuficiencia me puse la capa de plástico, los pantalones de plástico sobre los montañeros, las polainas y las botas con membrana impermeable. Bien. Caminé 25 km con los pies secos, luego 19 con los pies encharcados en un continuo chof chof. En el albergue Pequeño Potala, en Ruitelán, ya cerca del Cebreiro, arrimé las botas sin plantillas a una distancia prudente de los radiadores, llenas de papel de periódico para que absorbiera la humedad. Por la mañana estaban un pelín húmedas. Bueeeeeno, me dije, con ánimo optimista por la ocurrencia de añadir a mi equipo protector una bolsa de plástico en cada pie. Subía hacia el Cebreiro y en el km 8 de marcha ya chofchofeaba un pie; en el 10, el otro. Es muy incómodo caminar con las botas encharcadas y bajo el agua que golpea con rachas de ventolera de costado. La etapa fue de 31 km. Llegué a Triacastela con los pies blandos. Renové la ceremonia de secado: capa y pantalones de plástico extendidos; lavado, estrujado y tendido de calcetines; botas sin plantillas llenas de papel de periódico y más cerca del radiador que la noche pasada… Antes de dormir en el albergue Oribio de Triacastela (ensayo y error), me dije: a mí no me vuelve a pasar esto. Al día siguiente introduje un cambio sustancial en mi equipo impermeable: dos bolsas de plástico en cada pie (de El Progreso de Lugo). Era el día de los Reyes Magos. En vez del merecido carbón, me trajeron agua. A baldazos. En el km 8 se ensopó un pie; en el 10, el otro. Me acordaba de esa escena de la película Forrest Gump, donde se explica que puede llover de los lados y de abajo... Pero Lugo no es Vietnam, y me consolaba pensar que mis suelas empapadas rivalizaban en amortiguación con las Assic Nimbus o con ésas que no sé como se llaman y que han prohibido en la NBA (dicen los fabricantes) porque permiten un salto excesivo. Yo no estaba para saltos. En Sarria (km 17,5 del día), me senté en el bar Ateneo frente a un café con leche y empecé a pensar. Quedaban 22 km hasta mi destino de esa jornada, en Portomarín. Volví a pensar y, visto el ejemplo de los pocos paisanos que me crucé, me regalé un paraguas. La vendedora, amabilísma, insistía en con los colores del arco iris.
-Yo tengo uno igual.
Y con ese paraguas y con la que estaba cayendo iba a parecer un combatiente contra la caza de las ballenas. Compré un modelo idéntico pero de un discreto verde.
Desde un poco más allá de Barbadelo, cuando aún faltan más de 100 km para alcanzar Santiago, el Camino ya no era camino, sino arroyos. Un peregrino en bicicleta pedaleaba con el agua por la cintura. Eligiendo los puntos de apoyo, crucé tramos del Camino con el agua en riada por la rodilla. Claro, las dos bolsas en cada pie fueron muy útiles para retener mejor el agua acumulada. Al menos el paraguas funcionó para no mojarme el pecho. Tomé la carretera general hacia Portomarín para asegurar las pisadas sobre el asfalto. Era mucho asegurar, el agua se desbordaba en las arquetas, emergía a chorros de las toperas en las praderas de mínima inclinación. La carretera suma, además, unos 3 km al recorrido.
Tres apuntes: nunca vi tantas salamandras muertas como ese día; las botas pasaron la noche sobre el radiador; el 7 y el 8 también llovió mucho, pero hubo descansos, momentos sin lluvia.
Todo esto para escribir algo que pensé el día de Reyes: la imagen de Jesús caminando sobre las aguas siempre me ha inspirado. No sabéis lo poco valorado que está caminar bajo ellas.
El 4 de enero caminaba desde Ponferrada hasta algún lugar del Camino de Santiago, no sabía bien hasta dónde. Llovía, y cuando llueve todo es más incómodo para andar. Pero yo iba bien pertrechado, y con autosuficiencia me puse la capa de plástico, los pantalones de plástico sobre los montañeros, las polainas y las botas con membrana impermeable. Bien. Caminé 25 km con los pies secos, luego 19 con los pies encharcados en un continuo chof chof. En el albergue Pequeño Potala, en Ruitelán, ya cerca del Cebreiro, arrimé las botas sin plantillas a una distancia prudente de los radiadores, llenas de papel de periódico para que absorbiera la humedad. Por la mañana estaban un pelín húmedas. Bueeeeeno, me dije, con ánimo optimista por la ocurrencia de añadir a mi equipo protector una bolsa de plástico en cada pie. Subía hacia el Cebreiro y en el km 8 de marcha ya chofchofeaba un pie; en el 10, el otro. Es muy incómodo caminar con las botas encharcadas y bajo el agua que golpea con rachas de ventolera de costado. La etapa fue de 31 km. Llegué a Triacastela con los pies blandos. Renové la ceremonia de secado: capa y pantalones de plástico extendidos; lavado, estrujado y tendido de calcetines; botas sin plantillas llenas de papel de periódico y más cerca del radiador que la noche pasada… Antes de dormir en el albergue Oribio de Triacastela (ensayo y error), me dije: a mí no me vuelve a pasar esto. Al día siguiente introduje un cambio sustancial en mi equipo impermeable: dos bolsas de plástico en cada pie (de El Progreso de Lugo). Era el día de los Reyes Magos. En vez del merecido carbón, me trajeron agua. A baldazos. En el km 8 se ensopó un pie; en el 10, el otro. Me acordaba de esa escena de la película Forrest Gump, donde se explica que puede llover de los lados y de abajo... Pero Lugo no es Vietnam, y me consolaba pensar que mis suelas empapadas rivalizaban en amortiguación con las Assic Nimbus o con ésas que no sé como se llaman y que han prohibido en la NBA (dicen los fabricantes) porque permiten un salto excesivo. Yo no estaba para saltos. En Sarria (km 17,5 del día), me senté en el bar Ateneo frente a un café con leche y empecé a pensar. Quedaban 22 km hasta mi destino de esa jornada, en Portomarín. Volví a pensar y, visto el ejemplo de los pocos paisanos que me crucé, me regalé un paraguas. La vendedora, amabilísma, insistía en con los colores del arco iris.
-Yo tengo uno igual.
Y con ese paraguas y con la que estaba cayendo iba a parecer un combatiente contra la caza de las ballenas. Compré un modelo idéntico pero de un discreto verde.
Desde un poco más allá de Barbadelo, cuando aún faltan más de 100 km para alcanzar Santiago, el Camino ya no era camino, sino arroyos. Un peregrino en bicicleta pedaleaba con el agua por la cintura. Eligiendo los puntos de apoyo, crucé tramos del Camino con el agua en riada por la rodilla. Claro, las dos bolsas en cada pie fueron muy útiles para retener mejor el agua acumulada. Al menos el paraguas funcionó para no mojarme el pecho. Tomé la carretera general hacia Portomarín para asegurar las pisadas sobre el asfalto. Era mucho asegurar, el agua se desbordaba en las arquetas, emergía a chorros de las toperas en las praderas de mínima inclinación. La carretera suma, además, unos 3 km al recorrido.
Tres apuntes: nunca vi tantas salamandras muertas como ese día; las botas pasaron la noche sobre el radiador; el 7 y el 8 también llovió mucho, pero hubo descansos, momentos sin lluvia.
Todo esto para escribir algo que pensé el día de Reyes: la imagen de Jesús caminando sobre las aguas siempre me ha inspirado. No sabéis lo poco valorado que está caminar bajo ellas.
Hernio: 1 de enero de 2011
viernes, enero 07, 2011
Caminando bajo las aguas
Llueve, llueve, llueve, llueve en el Camino. Cuatro días consecutivos, sin tregua.
Llegaré lavado a Santiago de Compostela.
Llegaré lavado a Santiago de Compostela.
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