Una amiga me dijo en 1994 que existía eso que hoy llamamos internet, me explicó sus posibilidades y el mundo nuevo que se avecinaba: una nueva historia. El halo de la ilusión la envolvía, pero el relato de ciencia ficción no era su fuerte. Pronto supe que trabajaba en una oficina de colores que tenía hasta un futbolín. Eso era el éxito. Se lo merecía. Solo para empezar: ella había reconocido un momento histórico ¡en tiempo real!, mientras la mayoría de sus amigos consignábamos en los currículos la mentira de algún programa básico de ordenador.
Veinticinco años después parece difícil existir fuera del mundo digital, pero si me esfuerzo por reconocer un momento histórico en tiempo real me aventuro a anunciar desde ahora un renovado auge de la mentira. (La herencia humanista de la prehistoria digital). Urge mentir mucho más, y con más destreza: al encuestador, a la presidenta de tu comunidad de vecinos, al telefonista, a la médica, a la página de contactos para ligar, al vendedor de seguros, a la que pasa lista, al de la funeraria, a la curiosa del ascensor, al maestro de bikran yoga, a la panadera filóloga, a...
(Podría seguir).
P.D.: No necesito el futbolín, pero si insisten...
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