Fue uno de esos hombres que se gustan y saben que gustan. Había había sido un modelo de cabeza muy cotizado (publicidad de champú, sobre todo). Por eso, quienes lo conocían de verdad no se sorprendieron de su cambio de personalidad cuando llegó la calvicie por la quimio. Se quedaba ensimismado con el índice de la mano derecha sobre el punto más elevado de su cabeza y entonces empezaba a dibujar un círculo pequeño con el dedo, siempre en sentido antihorario.
Los sobrinos, unos melenudos con mucha guasa, le preguntaban por qué se daba cuerda así.
Y él, sin decir nada, seguía girando en el remolino indomable de su conciencia. Es terrible no gustar y saber que no gustas.
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