La clienta ha pedido verde y habla demasiado mientras el tinte le impregna el cabello y suena una voz distorsionada de reguetón en el hilo musical. Pero ha conseguido decir "óvulos congelados" y captar la atención de los dos peluqueros y los cuatro clientes. Está crecida y ya defiende la mentira como una solución que va mucho más allá de su maternidad postergada o de la desconfianza que le inspira su pareja "de ahora":
-Cuando uno está todo el día hablando, termina mintiendo. Es inevitable...
-Yo no miento -interviene mi amigo el escritor y lo veo sonreír en el espejo-, solo practico la ficción narrativa.
Es muy listo y, aunque parezca una tontería, a mí me gusta tener su cabeza en mis manos cada dos meses.
-Es un ejercicio de protección ante los imbéciles que lo quieren saber todo -sigue-, o ante aquellos que no saben preguntar: hay que mentir al médico, al vecino del ascensor, al encuestador, a la telefonista que te llama todos los días, al que te pregunta la hora -toma carrerilla-, al vendedor de seguros, a la pareja, al pelu...
Entonces se me va la tijera.
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